DESOLACIÓN. Un soldado consuela a una mujer de Osetia del Sur durante un funeral. / AFP
MUNDO

La guerra interminable del Cáucaso

El conflicto evidencia que Georgia empleará todos los medios para garantizar su integridad territorial El Kremlin alienta a las regiones separatistas con su apoyo

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El 8 de agosto de 2008 no sólo pasará a la historia por el inicio de los Juegos de Pekín. Ese día también quedará marcado como la fecha elegida por el presidente georgiano, Mijaíl Saakashvili, para lanzar una ofensiva militar contra Osetia del Sur, provincia separatista de Georgia cuyos habitantes reclaman su anexión a Rusia, país al que pertenece su hermana del Norte.

La respuesta rusa fue rotunda. Con un despliegue militar imponente, el Ejército de Moscú, respaldado por paramilitares chechenos y osetas, acabó en cinco días con las fuerzas armadas georgianas y se hizo con el control absoluto de la zona. La «operación para la imposición de la paz» -según el presidente Dmitri Medvédev- concluyó con un alto el fuego auspiciado por la comunidad internacional. Georgianos y rusos alcanzaron un acuerdo pero sobre el terreno la situación dista mucho de lo que los diplomáticos buscaban.

«Sufrimos una grave crisis económica. El país atraviesa grandes problemas y el presidente sólo buscaba encender la cuestión de la integridad nacional para desviar la atención de los demás problemas. Sabía perfectamente que los rusos no se iban a quedar de brazos cruzados», opina la funcionaria de Naciones Unidas Manana Salukvadze. Nada más declararse el estado de guerra, el Gobierno movilizó a todos los ciudadanos en edad para empuñar el arma y les desplegó en un frente tan inestable como la motivación de estos reservistas mal equipados y peor entrenados.

«No queremos que Rusia esté en Georgia, pero tampoco deseamos la guerra. El presidente debería agotar los cauces diplomáticos para resolver los problemas en Osetia y Abjasia, la guerra nunca es el camino», lamenta Salukvadze, que reconoce lo complicado de la situación ya que «Georgia no va a dar la independencia a estos territorios ni Moscú va a permitir que las cosas vuelvan a ser como antes. El Kremlin ha actuado como EE UU lo hizo en Irak y ahora no van a renunciar al terreno ganado».

Los ciudadanos respiraban aliviados por el fin de la guerra, pero todos eran conscientes de la severa derrota sufrida, derrota de la que de momento el Gobierno no ha ofrecido datos creíbles. Las autoridades de Tiflis reconocen la muerte de 175 personas, un número que se aleja mucho de las dos mil bajas de las que hablan los rusos. «El presidente sirve para hacerse la foto con artistas y deportistas pero no ha sabido proteger a su pueblo. Lo único que ha hecho es ponernos en un peligro enorme», señala Nino Mirazanasvili, reportera de la agencia Internews.

Enfado con Saakashvili

Desde los más jóvenes hasta los ancianos, nadie oculta su enfado hacia un Saakashvili, que vive sus horas más bajas de popularidad desde que se hiciera con el poder. Sólo el rechazo a la presencia rusa en suelo georgiano mantiene unidos en estos momentos a los georgianos en torno a la figura del polémico mandatario prooccidental. Pese a la entrada en vigor del alto el fuego, los rusos han aplicado desde su firma una política de tierra quemada para crear un cinturón de seguridad en torno a Osetia del Sur y Abjasia, la segunda provincia de Georgia que reclama su independencia. El pacto de los diplomáticos marcó la huída de los soldados georgianos de la línea del frente que quedó absolutamente en manos de unos rusos que destrozaron los almacenes de munición e instalaciones militares de la zona.

El trabajo de los soldados regulares rusos fue completado por unos paramilitares que sembraron el caos en una población civil indefensa que no tuvo más remedio que salir de sus casas con lo puesto ante la llegada de «los cosacos». La población georgiana de Osetia del Sur y de la ciudad de Gori huyó al sur y encontró refugio en Metskheta, localidad situada a pocos kilómetros de la capital.

«No nos dejan entrar porque dicen que no se dan las condiciones de seguridad mínimas», aseguraba Felipe Riveiro, responsable de Médicos Sin Fronteras, a las puertas del hospital militar de Gori. Los coches de su organización, como los de Cruz Roja Internacional o Naciones Unidas permanecieron desde el primer día del conflicto listos para formar un corredor humanitario y poder atender cuanto antes a las víctimas del conflicto. «El alto el fuego no ha hecho más que empeorar la situación. Desde su firma, el goteo de desplazados ha aumentado y ahora ya estamos a falta de comida para niños», denunciaba Gibi Amirjanashvili, responsable municipal de Mtskheta, 48 horas después del acuerdo para el cese de las hostilidades.

El control ruso de Gori o Poti -donde desplegaron cientos de tanques- no ayudó a resolver una crisis humanitaria que mostró la impotencia de la comunidad internacional ante Moscú. El conocimiento de que la aviación del Kremlin usó bombas de fragmentación, según denunció la organización Human Rights Watch, augura una zona de alto peligro para largo tiempo. «La guerra no ha terminado. La herida se ha abierto un poco más y tenemos un conflicto para mucho tiempo», destacaba en uno de sus editoriales el diario Georgian Times.