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Las barbas del vecino

Anoche fuimos con unos amigos de Madrid a la famosa Verbena de La Paloma: barras en la calle, buena música, gente agradable y sonriente, chotis y limonada. Y es que Agosto en Madrid tiene un punto: las autoridades están fuera, no hace ya tanto calor como en Julio, no hay tanta gente, y la que hay tiene muchas ganas de cachondeo.

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Lo estábamos pasando bien cuando, de pronto, a las dos y media, la música cesó, y las barras empezaron a recoger. Resulta que el alcalde de Madrid ha decretado que a esa hora la fiesta debe darse por concluida. Esto es bien extraño, puesto que estamos hablando de una de las fiestas más populares y con más solera de la capital.

Mis amigos comentaban -no sin razón- que era muy curioso que solo unos meses antes se hubieran celebrado, a bombo y platillo y sin tanta limitación en los horarios, las Fiestas del Orgullo Gay en el barrio de Chueca. Ahí no importó que la música sonara hasta altas horas de la mañana. La explicación a esta diferencia de criterios puede se puede intuir fácilmente: el mundo gay está asociado a un alto poder adquisitivo, y conviene tenerlos contentos, mientras que las Fiestas de la Paloma tienen como principal público a la gente humilde de los barrios y a muchos inmigrantes que encuentran en esta celebración similitudes con las de sus lugares de origen.

Quizá a ustedes, como gaditanos, esta columna no les diga nada. Pero hay un refrán que dice: «Cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar». Así que, viendo en qué se están convirtiendo también, poco a poco, nuestras fiestas más populares, sería bueno ir haciéndonos a la idea de que, el día menos pensado, nos podemos encontrar a las dos de la mañana en pleno carnaval, o en el Trofeo Carranza, sin un sitio donde estar y sin saber qué hacer con las ganas de pasarlo bien que hemos ido almacenando pacientemente durante todo el año.