A LAS PUERTAS. De izquierda a derecha, Melchor Fernández Wampeciz, Joaquín Cera, Matilde Fernández, Diego Martínez y Manuel Reyes. / MIGUEL GÓMEZ
CÁDIZ

Tres décadas aspirando el olor a tabaco

Cinco antiguos empleados de Tabacalera recuerdan cómo era el trabajo en los depósitos de la fábrica

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Han cambiado el traje de faena por las bermudas. Hace mucho calor al sol, a la entrada de los depósitos de Tabacalera. A las puertas de lo que todavía sigue funcionando como almacén de Tabaco (hasta que se haga efectivo el traspaso de la propiedad al Ayuntamiento anunciado la semana pasada) se dan cita cinco antiguos trabajadores para hacer un ejercicio de memoria, que arranca de hace tres décadas, cuando algunos de ellos entraron a trabajar allí sin haber cumplido los 18 años.

El relato se remonta a los años sesenta, cuando la fábrica contaba con poco más de tres decenas de empleados y poco menos de 200 eventuales. «Cobrábamos 69 pesetas diarias», recuerda Joaquín Cera, que llegó a la fábrica con 17 años. Entonces 'aquello' daba «para comprar un litro de aceite y poco más».

El tabaco llegaba desde puntos distintos del mundo: de Cuba, República Dominicana, Brasil o Filipinas y había que trasladarlo en convoyes desde el muelle hasta Puntales. «Llegaba aquí -señala Manuel Reyes- y se descargaban los fardos, haciendo una serie de pilas». Todo se hacía a mano y era un trabajo muy duro. A veces, había que hacer dos turnos y trabajar desde las ocho de la mañana hasta las once de la noche.

Camaradería

Pero junto a los recuerdos de las jornadas agotadoras, también surgen los de la camaradería que había en la empresa. Tras la muerte de Franco los más jóvenes aprovecharon para reivindicar que se hiciera fijos a todos los eventuales. Fueron dos meses duros de huelga, encerrados dentro de los depósitos mientras algunos de sus compañeros iban a Madrid a negociar con el Ministerio de la Seguridad Social. «Me acuerdo de que el inspector de Trabajo con el que tuve que negociar era José Barrionuevo, el que luego fue ministro», comenta Reyes.

No quieren dejar de hacer hincapié en esa solidaridad que encontraron en los hombres mayores que trabajaban allí. Recuerdan a muchos por sus apellido pero a menudo les mencionan por sus motes: El Náufrago, Los Romero, Luis Castellanos, El Aniceto, El Beardo... Muchos de ellos eran analfabetos, «pero sabían perfectamente cuánto teníamos que cobrar», rememora Reyes. «¿Os acordáis de El Noni, que sacaba su tabla y lo calculaba?», pregunta a sus compañeros. Y van surgiendo más nombres: El Pepino, «que era batería de la Orquesta de Tony Zonti y salía en la comparsa de Los Beatles de Cádiz» o Rubio El Cochero, «que el pobre se cayó de una pila y se mató y como no era fijo dijeron que le había dado un infarto». No quieren olvidarse de los 40 ó 50 compañeros de Transportes Cela, que también dejaron de operar allí. «Los mayores tenían mucho miedo, porque habían pasado mucha miseria», recuerdan.

Al final, las negociaciones en Madrid llegaron a buen puerto y en junio de 1978 se consiguió que 152 eventuales se quedaran como fijos y otros 24, sin cargas familiares, se marcharan durante dos años a las fábricas de San Sebastián, Tarragona y La Coruña para luego regresar a Cádiz.

Tabacalera llegó a tener cerca de 1.800 trabajadores, entre la fábrica y el depósito, con una gran época de esplendor a finales de los setenta. Hoy, en los depósitos sólo quedan tres empleados más cuatro vigilantes. Es inevitable que en la charla con estos hombres que pasaron media vida trabajando allí surja el tema de la actualidad.

«Yo creo que el acuerdo entre el Ayuntamiento y Tabacalera para los depósitos va a estar condicionado al expediente de regulación», aventura Reyes. Diego Martínez tampoco es optimista. Cree que el hecho de que la fábrica vaya a quedarse con poco más de sesenta trabajadores significa condenarla al cierre. Melchor Fernández Wampeciz, que dejó la empresa hace seis años, asiente: «Esto irá a quedar muy bonito, sí, pero ¿qué vamos a hacer sin empresas en Cádiz?».

Melchor, Joaquín, Manuel, Matilde y Diego no sufren de nostalgia. En su día pasaron la pena de ver cómo todo se transformaba. La cesión de los depósitos al Consistorio para hacer un centro cultural no es para ellos más que las letras the end cuando acaba la película.

mcaballero@lavozdigital.es