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Turquía tiene futuro

De buena se han salvado los turcos: por un margen de un solo voto sobre once, el Tribunal Constitucional ha decidido no ilegalizar al partido Justicia y Desarrollo, actualmente en el poder con un 47% de los votos. La sinrazón para justificar semejante disparate era que supuestamente Justicia y Desarrollo es una organización integrista islámica que conspira para abolir la laicidad de la republica de Turquía. Es como si en España un tribunal constitucional formado por una hipotética mayoría de jueces más o menos favorables al PP debatiese totalmente en serio poner fuera de la ley al PSOE alegando que no garantiza la unidad de la patria o algo así. ¿Qué pretendía el Tribunal Constitucional turco? Los turcos otomanos son un pueblo no árabe que forjó el último de los grandes imperios islámicos. Hacia 1500 poseían una administración altamente estructurada, una legislación laica muy desarrollada, un ejército totalmente profesional y la tecnología más avanzada de su época. Sin embargo, hacia 1700 ya padecían una innegable decadencia. El sultanato sobrevivió dos siglos más, pero fue perdiendo una a una casi todas sus provincias hasta que una decisión errónea -aliarse con Alemania durante la Primera Guerra Mundial- provocó el desastre definitivo. De las cenizas de aquella derrota resurgió cual ave fénix la moderna república laica de Turquía. El islam dominante entre los turcos había sido siempre el hanafismo, una de las cuatro escuelas ortodoxas del sunismo, que se caracterizaba por ser la más laica y liberal de todas. Por lo tanto, tras dos siglos de reformas occidentalizantes, el carácter laico del nuevo gobierno no fue una transformación tan radical como pueda parecer.

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Turquía vivió así una paradoja política tan frecuente como peligrosa: la modernidad es invocada para justificar una política que se pretende que ha de servir al bien común, pero en la práctica se limita a proporcionar la coartada ideológica de un sistema represivo y corrupto, que niega los derechos efectivos al conjunto de la población mientras se favorece a una reducida elite.

Pese a todo, la supuesta islamización de Turquía no es mas que un mito. La combinación de tradición autóctona y nacionalismo reafirma la influencia hanafi, el opuesto exacto a las corrientes integristas, surgidas entre los árabes y los iraníes, contemplados actualmente como enemigos históricos del pueblo turco. Turquía es una democracia desarrollada e industrializada. No existen los espacios sociales y políticos donde podría crecer una ideología arcaizante como el integrismo. El supuesto integrismo del actual Gobierno no es más que el típico conservadurismo social de ciertas clases medias que defienden los consabidos valores de trabajo duro, seriedad, pudor, ahorro, estabilidad y sobriedad. Son grupos sociales que en las últimas décadas han estado marginados por la dictadura militar y sus amigos civiles, algunos de los cuales lograron enriquecerse velozmente gracias a la corrupción y el amiguismo. Pese a ciertas decisiones polémicas, como la de permitir los pañuelos de cabeza femeninos en las universidades, la verdadera razón de los ataques judiciales al actual Gobierno es el deseo de restaurar el control militar sobre el poder civil, instituido tras el golpe de 1980. Poco a poco el poder civil ha logrado eliminar el derecho de veto que los militares se atribuían sobre las autoridades civiles. La victoria electoral de Justicia y Desarrollo supone la culminación de este proceso. De ahí ha surgido esta maniobra desesperada para darle marcha atrás al reloj, fracasada por su propia exageración.