Opinion

Menos bromas

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a corrección política no debería impedir las humoradas ante la coyuntura económica. Pero la imagen del dirigente más poderoso de la tierra, George W. Bush, ironizando sobre la «borrachera de Wall Street» y sobre su «resaca», o bromeando sobre las dificultades de su esposa Laura se encontrar una casa en la que habitar tras abandonar la Casa Blanca, no pueden provocar más que indignación. Sobre todo porque tales ocurrencias podrían ser reveladoras de la distancia desde la que los más altos responsables políticos tenderían a contemplar los efectos de una crisis que probablemente no haga variar su modo de vida. Distancia que lejos de contribuir a una serena administración de los recursos públicos frente a tan acusada desaceleración suscita la desconfianza de los ciudadanos en sus representantes.