ANDALUCÍA

Realismo descarnado

PUES parece que el todavía juez, Francisco Javier de Urquía, tenía razón cuando afirmó el pasado lunes, en el juicio que se sigue contra él y el ex asesor de Urbanismo de Marbella, Juan Antonio Roca, dentro de lo que ya se conoce como el 'caso Malaya', una especie de espina dorsal de la crónica negra de la corrupción marbellí de las últimas décadas, que había rumores procedentes de 'amigos de Madrid' sobre un acuerdo entre la Fiscalía y Roca para que el ex asesor lo inculpara al juez en un delito de soborno a cambio de una reducción en la sentencia condenatoria de Roca. Concretamente, el 'asesor' Roca declaró que había entregado al juez 73.800 euros en dos sobres. Le faltó a Roca un detalle de precisión sobre el color de los sobres o de cada sobre.

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Estamos, pues, ante una 'estampa costumbrista' de la justicia norteamericana, donde es un lugar común en la vida judicial 'negociar' la condena de unos cargos concretos entre las partes que redunde en una posible reducción de condena.

En Italia se hace también con los temas relacionados con la 'Cosa Nostra', pero, ciertamente, en nuestro país, el personal, lejos de estar familiarizado con esa forma de administrar la justicia, provoca en la cultura popular un evidente rechazo por su aproximación a la componenda y el compadreo que deja muy mal la imagen de la administración de Justicia.

Aunque sobre Marbella y la larga historia de su saqueo tendríamos que estar ya curado de espanto, especialmente por su extraordinaria capacidad de metástasis. ¿Quién podía sospechar, en principio, de un juez como Urquía de trayectoria profesional impecable e hijo de un juez de reconocida solvencia?

El juez reaccionó de inmediato en la misma vista sosteniendo que Roca mentía y que el dinero que empleó para pagar (se supone) una parte de la entrada de un piso lo recibió de su padre y de su mujer.

Aunque el ex asesor Roca también posee un talante nada frágil. Declaró que «he decidido decir la verdad en contra del consejo de mi abogado pues para mí no es fácil declarar lo que estoy declarando».

Es cierto que la época del difunto Jesús Gil fue inolvidable, por muchas razones, por la gacetillería de la época y por la presencia de los magnates árabes, pero la de ahora, lejos de añorar aquella, es realismo puro y descarnado.