Miguel Indurain. / LA VOZ
Deportes/Mas-Deportes

El temible puerto que hizo sufrir al mejor Miguel Induráin

Bahamontes y Millar son los únicos que han coronado en cabeza los 2.802 metros de la Bonette-Restefond

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Relato de un periodista testigo de la Bonette-Restefond, en el Tour de 1993: «Recuerdo el silencio. Casi absoluto. Sin viento. Sin aire. Sin vegetación. Sólo sol y piedra. Los coches tenían prohibido tocar la bocina porque es un parque natural. Recuerdo a Induráin, trágico, con el maillot abierto. Como Rominger, como todos. Lentos. Boquiabiertos. Luego me contaron que no se habían atacado. Que a esa altitud sólo se puede subir a un ritmo, como podían». Vio pasar primero a Robert Millar. Y a minuto y pico, a Rominger e Induráin, camino de su tercer Tour. Todos con el lazo de asfalto de la Bonette al cuello. Ahogo. «Es el puerto que más me ha hecho sufrir en el Tour». Lo dijo Induráin. Esa frase talla al coloso. Alto: 2.802 metros (25 kilómetros, al 6,5% de desnivel). Donde el oxígeno escasea. La luna alpina. Más elevada que el Galibier (2.645 metros) o el Iseran (2.770). Hoy vuelve allí el Tour.

A la Bonette le puso camino el emperador Napoleón III, en 1861. Quería un acceso directo entre el mar de Niza y el corazón de los Alpes, Briançon. Una vía para las mulas. Eso fue hasta mediado el pasado siglo. Hasta que llegó el asfalto. Por eso es una montaña joven en el Tour. Sin más historia que tres pasos. Y los dos primeros tuvieron el mismo nombre: Federico Martín Bahamontes. Claro. La tercera es de Robert Millar. La última hasta hoy. La que vio penar a Induráin. La de los ciclistas en silencio. Robert Millar entonces tenía dos hijos y vivía con su esposa. Ahora es mujer y vive con una nueva novia. Era otra época. El Tour también vive en otra diferente.