Editorial

Cerrazón iraní

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as negociaciones iniciadas ayer en Ginebra entre los miembros del G-6 -con la UE actuando de mediadora- e Irán, cuyo propósito es alcanzar un acuerdo que conlleve la renuncia del régimen de Teherán al desarrollo de su programa nuclear, no permitieron más que la propia celebración del encuentro. La presencia en la reunión del número tres de la diplomacia norteamericana, Williams Burns, representó un gesto de aproximación al diálogo por parte de EE.UU., que así se unió a Rusia, China, Francia, Alemania y Reino Unido. Pero la negativa de los iraníes a suspender los trabajos de enriquecimiento de uranio a cambio de congelar las sanciones impuestas hasta la fecha por la comunidad internacional cerró el paso a una mínima coincidencia metodológica. A pesar de la rotundidad iraní, el máximo responsable de la diplomacia europea, Javier Solana, quiso ofrecer una visión esperanzada cuando informó de que no habían recibido una respuesta clara, «ni un sí ni un no». Estas palabras, junto a las noticias sobre el posible establecimiento de una oficina de negocios en Teherán por parte norteamericana, atestiguan que las potencias representadas en el llamado G-6 y EE.UU. tratan de generar un clima de comunicación respecto al poder de Ahmadineyad convencidos de que tampoco pierden nada en el ensayo. Pero deberán ser los hechos, las decisiones que adopte el régimen iraní respecto al curso de los trabajos nucleares, los que confirmen o desmientan si tiene sentido mantener el diálogo escenificado ayer en Ginebra. La insistencia iraní en que el desarrollo de los planes de enriquecimiento de uranio no podrán ser puestos en cuestión en futuras conversaciones, alegando que los mismos obedecen a objetivos pacíficos y no militares, se compadece mal con los amenazadores mensajes que acostumbra a emitir su presidente a cada paso. La advertencia norteamericana de que «Irán tiene que elegir entre la cooperación o la confrontación», transmitida desde Washington tras el encuentro, constituyó ayer la réplica final a una actitud más inamovible que ambigua por parte de Sayid Jalili. Una actitud que de reiterarse en los próximos días pondría en entredicho la utilidad del diálogo emprendido en el formato elegido, aunque la comunidad internacional tampoco pueda permitirse agotar la paciencia de que dispone frente a la escalada iraní.