ANABOLIZANTE

Especies autóctonas

A estas alturas del mes de julio servidora todavía se ha bajado a su tierra para tener su racioncita anual de playeo. Esta situación, no obstante, me está permitiendo observar algunas cualidades del verano madrileño de las que yo no tenía mucho conocimiento.

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Sin duda, la que más me ha llamado la atención es el fenómeno terrazo. Tú puedes tener el bar más cutre de la historia, que en verano la terraza la tienes a tope. La gente se apuñala por pillar una mesa. Igualito que en Cádiz, que solo se sientan guiris. Pues bien, gracias a este terraceo, he tenido constancia de una especie urbana totalmente nueva para mí. En realidad ya la había visto, por la tele y tal, aunque siempre me había parecido una caricatura o exageración de la realidad. Pero la realidad, ya se sabe, siempre supera a la ficción.

Estoy con mi amiga y compi de piso, la Ana Peregrina, en una terraza, y se sientan al lado tres individuos varones con bermuditas beiges, politos celestes, náuticos y una raya al lado trazada con tiralíneas, al estilo Marichalar. O sea, pijos. De catálogo. A la Peregrina no le llama la atención. Claro, ella es de El Puerto, y está acostumbrada a que cada verano su tierra se llene de trescientos mil como éstos. Pero yo, de Cádiz, donde digamos que el turismo es de índole como familiar tirando a mangui, pues me quedo con la boca abierta. Como si hubiera visto a alguien disfrazado por la calle. Pijos puros, de pedigrí. La Peregrina flipa con mi asombro.

Claro, ella no sabe que en Cádiz todo anda siempre mezclado, e incluso un pijo de buena familia siempre ha tenido un ramalazo surferillo o hippy que ha mitigado la rotundidad de su indumentaria. Quizás en mi adolescencia tuve constancia de alguno, pero vamos, poca cosa. Siempre acababa fumando porros en la misma calle donde nos rebujábamos todos: hippys, rockabillys, heavys y, por supuesto, caletys.