Editorial

El reto francés

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a presidencia francesa de la UE arranca hoy condicionada por el 'no' de Irlanda al Tratado de Lisboa. El nuevo cuestionamiento del proyecto comunitario y el riesgo consiguiente de parálisis ha rebajado las expectativas generadas en torno al mandato semestral del Gobierno de Nicolás Sarkozy -que se había fijado como prioridades la búsqueda de un pacto sobre inmigración, la estrategia en materia energética, la reforma de la Política Agraria y el marco de Defensa europeo- y ha complicado el logro de resultados tangibles. Sarkozy deberá dedicar parte de sus energías a preparar una salida al impasse que no se adivina fácil ni evidente, ofreciendo una aproximación al problema en la cumbre de octubre. Pero no parece tener sentido que se negocien los nuevos puestos contemplados por el Tratado si éste no entra en vigor el 1 de enero de 2009, lo que dejaría sin efecto la confianza del jefe del Ejecutivo galo en poder mediar e influir en la elección del primer presidente del Consejo Europeo, de su homólogo al frente de la Comisión y del representante exterior. Junto a ello, las dificultades económicas agudizadas por la subida de los precios del petróleo y de los alimentos se han transformado en obstáculos muy sensibles para modificar la PAC en este sexenio presupuestario. Del mismo modo, la disposición francesa a reforzar la Defensa común poniendo en marcha un cuartel general europeo no sólo tropieza con los recelos británicos, sino que puede proyectarse un mensaje de no neutralidad que alimentaría las resistencias de Irlanda. Sarkozy podría tratar de buscar réditos en un escenario tan complejo promoviendo la Unión Mediterránea, aun cuando la iniciativa carezca hoy de un encaje institucional y financiero claro. Pero constatadas las dificultades, éstas no pueden distraer al presidente galo de su responsabilidad en la conducción de una UE amenazada por el estancamiento permanente.