REFERENTE. García Montero es una de las voces más prestigiosas de la poesía española contemporánea, además de un intelectual políticamente comprometido. / LA VOZ
Cultura

«El eufemismo es el principio de la manipulación»

El autor granadino empuja al lector en su nuevo libro, 'Inquietudes bárbaras', a reflexionar y defender el espacio público, especialmente el lenguaje

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Mayo y junio, con sus ferias del libro, son «de mucho lío». Pero, a caballo entre Madrid y Extremadura para presentar su último trabajo, el poeta, profesor y ensayista Luis García Montero sigue teniendo tiempo para inquietarse, para ser ciudadano por encima de todo. Y para animar a sus conciudadanos a reflexionar y a mojarse en la defensa del espacio público, que empieza por el mismo lenguaje, esa manera de entenderse que a veces parece que haya caído en desuso. Inquietudes bárbaras (Anagrama) es el atril desde el que se explica y explica la sociedad en la que no nos ha tocado vivir, sino que hemos construido.

-Inquietudes, desde luego, hay muchas en este libro.

-Muchas, muchas, porque son las de un ciudadano que afronta la vida desde su propio trabajo. Mis reflexiones sobre la poesía siempre han sido inseparables de las que hago sobre la sociedad, Cuando un escritor toma decisiones ante las palabras, ante los tonos literarios, las está tomando éticamente también. A la hora de abordar la realidad me he ayudado mucho de la literatura y al hacer literatura, me he planteado cómo es mi posición como ciudadano ante la realidad.

-Habla mucho de lenguaje. Dice y escribe que escoger palabras determinadas ya es posicionarse.

-El lenguaje es la gran metáfora de la sociedad. El contrato social es inseparable del signo lingüístico, unimos los intereses privados a la ilusión pública como el significante al significado para crear sentido. El lenguaje siempre ha acompañado a las aventuras de la sociedad. Cuando ésta se considera fracasada y sin ilusión, desconfía del lenguaje y por eso hay momentos literarios en los que se exalta el silencio. Cuando se atreve a sostener una ilusión colectiva, siempre hay un optimismo filológico, una fe en las palabras.

-Lo define como espacio público.

-Es que considero el lenguaje un espacio público en el que están instalados los sueños de la sociedad. Y por eso me preocupa la perversión a la que se somete el lenguaje, la manipulación empieza siempre por las palabras. Cuando en una crisis económica se quiere pasar la factura a los más débiles, se habla de flexibilidad laboral y sin embargo la gente es más exacta y dice contrato basura. Me preocupa que cuando hay un naufragio, se hable de ilegales en vez de decir náufragos; es como si la gente que pierde la vida en una patera en el Estrecho tuviera menos importancia que la que las leyes del mar le han otorgado siempre con la palabra náufrago. El eufemismo es el principio de la manipulación.

-Además de los que activamente manipulan, y precisamente para que puedan hacerlo, están los que renuncian a la reflexión, a la implicación. Hay dos partes.

-Debemos tomar conciencia de eso, estamos acostumbrados a pensar en los enemigos de la democracia como los viejos totalitarismos, el fascismo y el estalinismo, o con los fundamentalismos religiosos, pero en realidad las verdaderas causas de la degradación de las democracias occidentales están dentro. La democracia occidental está liquidando la política, una globalización muy neoconservadora y muy neoliberal, los mecanismos económicos y el mercantilismo devorador, están haciendo imposible cualquier realidad política. Hoy se hacen constituciones en Europa que son tratados económicos con alguna levísima tapadera constitucional. Y hay un abandono muy fuerte del orgullo público. Los que están interesados en desprestigiar la política son quienes no quieren que haya reglas públicas que limiten sus especulaciones privadas. Pero frente a la avaricia extrema de la especulación internacional hay también una renuncia de defensa del espacio público. Hay un prestigio muy falso en la eficacia de las privatizaciones que me parece muy peligroso.

-Privatizaciones de todo.

-Sí, y debemos ser conscientes. Los ciudadanos que renuncian a tener una educación pública de calidad, una sanidad pública sólida y a poder seguir siendo dueños de su destino a través de la política, son responsables también de la degradación de nuestras democracias.

-¿Cómo hemos llegado a esto?

-Porque el capitalismo, al radicalizarse como lo ha hecho en estos años, ha hecho imposible la política. La modernidad elevó palabras que me parecen muy importantes, como igualdad, fraternidad, libertad, y que ella misma al desarrollarse del lado del capitalismo devorador está destruyendo su parte más noble. El capitalismo tiene, bajo un leve tinte democrático, todos los mecanismos de control propios de las sociedades represivas. Control de las conciencias, imposición de ideologías, creación de corrientes de opinión, hay muchos modos de manipular la información. La democracia está en peligro en el interior.

Falsa felicidad

-Pero estamos acostumbrados a buscar el enemigo fuera.

-Eso es. Y nos cuesta más ver a estos de dentro porque nos exige un esfuerzo de responsabilidad y de conciencia, que es un peso molesto en una sociedad de consumo y de bienestar. Cuando la pobreza aprieta, el hambre es la mejor maestra de la historia, como decía el Lazarillo. Pero cuando estamos instalados en una falsa felicidad, no nos cuesta trabajo cerrar los ojos. Aceptamos nuestra infantilización y que sean otros los que decidan nuestra vida.

-Escribe: «La dignidad personal nació junto a la inquietud por el bien público» ¿Hemos olvidado eso?

-En efecto. Lo que se ha perdido es la definición social de la palabra libertad. La dignidad personal es inseparable del bien público porque somos seres sociales, y cuando dejamos que se imponga la ley del más fuerte, aceptamos un marco en el que no podemos defender nuestros derechos. Cuando hablamos de libertad, hemos aceptado interpretarla como el interés personal. Libertad en la educación se refiere a que cada credo funde sus propios colegios privados. Sin embargo, hemos perdido su dimensión social, que libertad de educación es inseparable de educación en libertad. Y si un centro depende de intereses económicos o religiosos o políticos, su educación estará destinada a crear creyentes o devotos o votantes y no será educación en libertad.

-¿Cómo defenderlo?

-La única manera es defender los espacios públicos. Defenderlos de lo privado y de la manipulación del gobierno de turno. Con orgullo. Invertir el dinero sin mala conciencia.

-Volvemos al lenguaje, el juego de poner libertad antes o después de educación cambia el significado.

-El orden es muy importante. La Constitución europea, por ejemplo, hablaba de la libertad de fundar colegios pero eso no es lo mismo que recibir educación en libertad. Si funda el colegio un nazi... Así no se forman individuos o ciudadanos. Los espacios públicos tienen que ser neutros. El camino que lleva de casa al colegio es la distancia entre una creencia particular y lo público. Sólo así es posible la igualdad.

-¿Para qué sirve un libro, que es espacio público?

-La literatura es menos urgente que la actualidad y nos permite pararnos a pensar sin dejarnos llevar por la moda. Quiero reivindicar el orgullo por la tradición ilustrada y no renunciar a las banderas de la razón, ni ponernos en manos de nuestros enemigos ni encogernos hasta el punto de volvernos enemigos de lo nuestro.

-El ilustrado hoy es el bárbaro, el 'outsider'.

-Me planteé escribir el libro porque, normalmente, en una crisis hay unos individuos que conspiran en secreto y provocan terror o inestabilidad en contra de la ley. Y hoy, sin embargo, la situación es otra: los que somos incómodos somos los que defendemos la ley en el sentido de los principios que han dado origen a Occidente y a la democracia, los principios de la Ilustración.

-Pues qué alegría ser un bárbaro, ¿no?

-Ser un bárbaro es un ejercicio de responsabilidad y de alegría, buena palabra. Soy partidario no de la felicidad, que te cierra los ojos y hay mucha tragedia en el mundo, pero estoy dispuesto a utilizar una utopía más modesta, la alegría. Los ciudadanos debemos darnos cuenta de que, en el mundo de hoy, las constituciones y las declaraciones de derechos humanos son nuestros libros de caballerías. El Quijote actuaba como un loco porque quería obrar de acuerdo con la moral de unos libros que ya no tenían vigencia. Pues mucho me temo que cuando invocamos nuestras constituciones, estamos haciendo eso mismo.

-Qué pena que se queden en la estantería.

-Y nos responsabiliza a reivindicar la política, a reconocerla como algo noble que nos puede ayudar a afrontar cualquier problema. Hay que recuperar la dignidad de la política y de las palabras. Esa es la clave para mirar el mundo con más generosidad, para respetar al otro, para tratar la pobreza desde otra perspectiva. Reivindicar la fraternidad y la igualdad nos harían tomar conciencia de las nuevas reglas de funcionamiento del mundo.

-¿En quién pensaba al escribir el libro?

-En gente como yo. Las personas que llegan a su casa, encienden la televisión y se indignan ante lo que ven y oyen, ante las catástrofes y el cinismo.