LA RAYUELA

¿Un falso dragón?

Frente al Declive del imperio americano (Arcand, 1986) y la parálisis de una Europa dubitativa (como el irlandés Bloom, el personaje del Ulises de Joyce), hacia oriente se alza un dragón de colosal tamaño. La reciente eclosión de China como superpotencia es un buen ejemplo de la utilidad de la historia, sin cuya perspectiva es fácil caer en la pedantería del cateto que, como tal, cree que su pueblo es, desde siempre, el centro del mundo.

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Europa, y por extensión América, forman lo que llamamos Occidente, una civilización que ha impuesto una lectura etnocéntrica de la historia, un cuento sin rigor que no resiste el menor análisis de culturas comparadas. Galeano muestra en Espejos (2008) el engaño de quien mira el mundo desde la deformada imagen de su ombligo. Subversivamente, da voz a personajes que no la suelen tener en la historia que nos contaron, se hace preguntas impertinentes que otros nunca formularon y cambia el monólogo occidental por una polifonía de voces de todos los continentes.

Sabíamos que los chinos habían inventado la pólvora (y la pirotecnia), el papel, la cerámica, la laca, la acupuntura o la cometa, cultivado el té y fabricado la seda. Pero también manejaron la brújula y el timón mil cien años antes que Europa para gobernar enormes buques con huertos que abastecían de verdura a sus más de mil tripulantes sin que el escorbuto les impidiera llegar a las costas de África o Arabia, no para conquistarlas, sino para comerciar y observar. Seis siglos antes que Gutemberg inventaron la imprenta, y la biblioteca del emperador contaba los libros por cientos mientras nuestros reyes eran casi analfabetos. Siglos antes que Europa, usaron papel moneda, molinos de agua para fundiciones, máquinas de hilar, mecanizaron la agricultura, o usaron carbón, petróleo y gas. Una fascinante civilización, más desarrollada que ninguna de occidente, a donde fue llegando a través de la ruta de las caravanas. A Marco Polo sus coetáneos le tomaron por loco cuando contó lo que había visto.

Desarrollaron antes que nadie la ciencia moderna, sin embargo su estructura feudal impidió que saliera de la corte y se convirtiese, como en Europa, en el motor de la industrialización y el cambio social.

Tras siglos de oscuridad, China resurge con una fuerza imparable. Vuelve a África, para comprar metales estratégicos o vender mercaderías (el viernes fueron decomisados en Algeciras más de 100.000 falsificaciones con destino a Gambia y Camerún).

Como un signo de los tiempos, el director de cine John Woo rueda estos días la recreación de la batalla naval del Acantilado Rojo, donde hace 18 siglos pelearon 800.000 hombres en 2.000 barcos. El viejo Hollywood ya no puede producirla, así que será el gobierno chino quien la estrene en los Juegos Olímpicos. Todo lo referido a China es espectacular (desde el sueño imposible de la Gran Muralla, al ejército de guerreros de terracota), rozando un gigantismo que ilustran obras como la presa de las Cinco Gargantas, o la metamorfosis de Sanghai o Pekín.

A pesar de la doctrina del hijo único, casi uno de cada cuatro humanos es chino y su gobierno es el mayor poseedor de deuda pública norteamericana. Volverán los viejos chistes: ¿sabes cómo se dice divorcio en chino? Porque en China, en 2.020 habrá, debido al aborto selectivo, un excedente de al menos 30 millones de solteros varones.