VUELTA DE HOJA

Reservado el derecho de admisión

Eso de viajar con toda la familia sólo se le ocurre a los pobres cuando salen de excursión. Así como para hacer una buena comida sólo son estrictamente imprescindibles dos personas, un buen comensal y un buen cocinero, para salir de viaje nunca hace falta demasiada gente.

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Los inmigrantes nunca viene solos, a pesar de no constituir una desgracia para los países de acogida. No se han estudiado debidamente los motivos, pero todos gozan de una satisfactoria vida familiar y no están dispuestos a prescindir de ningún pariente cuando deciden trabajar en otras naciones.

Esta manía va a ser corregida por el Gobierno español, que de aquí en adelante les permitirá traer sólo al cónyuge, en el caso de que no sean polígamos, y a los hijos, en el caso de que sean menores. Parece que cada acogido había acogido a su vez a otros. De ahí la cruel necesidad de endurecer la ley de Extranjería, que cada día se irá pareciendo más a la ley de la selva. Es una forma de evitar eso que llaman efecto llamada, pero los hambrientos nunca padecen dificultades auditivas.

Tienen todos un oído finísimo para oír el ruido de las cacerolas y saben donde se guisa y donde se come. Como ha dicho el gran Saramago, no se le pueden poner alambradas al hambre porque se las saltarán. Está claro que no podrán llegar todos, pero no lo está menos que llegarán algunos.

La verdad es que son muchos. En las comunidades más desfavorecidas por los volubles dioses el único entretenimiento que no falla es la procreación y los que no tienen nada se dedican a tener familia. En Occidente se han hecho estadísticas de natalidad y parece que nace más gente en los pueblos por donde pasa el tren y despierta a los futuros progenitores. Peor es que no pase nada, ni siquiera el tren. Lo malo es que familia que ayuna unida no permanece unida.