LOS LUGARES MARCADOS

La soledad era eso

Hace unos días, en la Fundación Caballero Bonald, tuvimos el honor de oír de viva voz los poemas -vivísimos- de Darío Jaramillo. Poemas del amor, quemantes, turbadores; poemas de la reflexión también, del dolor, y poemas de la soledad. «Dios hizo los gatos para que hombres y mujeres / aprendan a estar solos», decían unos versos de Gatos. Y su poema 13 de Aunque es de noche terminaba con esta sentencia: «pero no olvides, especialmente entonces, / cuando llegue el amor y te calcine, / que primero y siempre está tu soledad / y luego nada / y después, si ha de llegar, está el amor».

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Me fui a casa con esos versos resonando, a medio camino entre la campanilla y el aldabonazo, en los oídos. Toda una teoría de la soledad como sentimiento inherente a la condición humana se ocultaba -y se desvelaba a la par- en ese puñado de palabras ritmadas. Todo un edificio filosófico se fundaba sobre esos pocos versos que el poeta, con cadencioso acento colombiano, había dejado caer, como quien no quiere la cosa, sobre un auditorio sobrecogido.

Días más tarde, y seguro que no por casualidad -estoy persuadida de que tal concepto esconde una falacia, que nada es casual sino de una causalidad que ignoramos-, leí un artículo de un famoso filósofo que trataba, ampliamente, el mismo tema. Con todo el respeto que el autor me inspira, sus muchos folios no me iluminaron ni la mitad que los escasos versos del poeta. El texto filosófico me explicó, me describió qué cosa fuera la soledad, pero no me proporcionó ese punto de esclarecimiento y de íntima conmoción Por vivencias como ésta, no entiendo a quienes creen que la poesía es superflua o trivial. En tiempos donde la economía y la urgencia mandan, no sé cómo la sociedad no cae en la cuenta de hasta qué punto la poesía puede esencializar y resumir -sin perder un ápice de profundidad- los asuntos más complejos