MERCÉ. Con su heterodoxia respetuosa, el jerezano ha inspirado a buena parte de los jóvenes cantaores.
Cultura

Reinventando el duende

Una nueva generación de artistas está 'actualizando' el arte jondo con propuestas frescas e innovadoras que reinterpretan las raíces sin cuestionarlas

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Con la rapidez que el negocio musical fagocita modas, subgéneros y corrientes estilísticas, al final va a resultar que el Nuevo Flamenco se va a quedar viejo. Flamenco Jazz, disco firmado por Paco de Lucía y Pedro Iturralde, fue el primero al que colgaron tan polémica etiqueta. Y aquello fue en 1967. A finales de los setenta, la pandilla formada por Kiko Veneno y los hermanos Amador surge de entre vaharadas de hachís para firmar Veneno (1977), disco por el que se coló en el flamenco mucha gente de la música moderna. El espíritu irreverente de Veneno contagió a Camarón para insuflar su cante en La leyenda del tiempo (1979), el álbum que hizo que los guardianes de las enseñanzas de Antonio Mairena se rasgaran definitivamente la camisa. Y no precisamente de alegría. Volando voy, volando vengo, llegaron Pata Negra, Ketama y La Barbería del Sur. Y con el tiempo, el Nuevo Flamenco pasó de la fusión a la confusión y derivó en flamenquillo, un mejunje exitoso en ventas.

Sin embargo, desde hace algunos años, una nueva generación de cantaores y guitarristas andan empeñados en demostrar que es posible hacer evolucionar el flamenco sin perder de vista las raíces; que recuperar las esencias no es sinónimo de inmovilismo. Aunque se fracase, habrá merecido la pena reinventar el duende. Estrella Morente, Diego El Gigala, Duquende, Mayte Martín, Miguel Poveda, El Potito, Arcángel, Diego Carrasco, Montse Cortés, Vicente Amigo, Niño Josele y Chicuelo -faltan nombres, pero el espacio obliga- no son precisamente unos recién llegados. Son el presente y el futuro del flamenco. Camarón, Enrique Morente, Carmen Linares, Enrique de Melchor y Paco de Lucía son algunos de sus principales referentes.

Asegura Morente padre al referirse a los nuevos cantaores que el pellizco se está perdiendo, y cada vez a más velocidad: «Cada generación flamenca tiene una manera propia de expresar el sufrimiento. El cante de los jóvenes, lo digo sin pretender ser peyorativo, se irá ablandando. Con las comodidades de hoy, voces como las de la Paquera de Jerez son irrepetibles. La vida es otra». Así que no es de extrañar que, tras años de desprestigio entre la clase flamencóloga, cantaores como Estrella Morente, Mayte Martín y Miguel Poveda -los llamados neoclásicos- opten por recuperar el cante más melódico.

Sin arriesgar tanto como su padre pero sin hacer concesiones a la comercialidad, Estrella Morente consiguió que su debut, Mi cante y un poema (2001) se aupara a los primeros puestos de las listas de ventas de nuestro país. Algo insólito si hablamos de flamenco. Por encima del apellido y la popularidad mediática, su voz es argumento suficiente para consagrarla como la digna heredera de Niña de los Peines, a quien adora y dedicó Estrella 1922.

En ocasiones, Estrella no duda en arrimarse a la copla, una de las asignaturas pendientes de la cantaora Mayte Martín. Su repertorio es ancho y largo, pero no es, ni quiere ser, solo cantaora. Borda los boleros, como dejó patente en su emocionante mano a mano con el pianista de jazz Tete Montoliú. De estilo sobrio, sencillo y cálido, Mayte Martín confía en que el público flamenco «sea cada vez más abierto y que al final sólo importen cómo están hechas las cosas, con qué calidad y qué criterios, sin importar si es flamenco, bolero, canción aflamencada... lo que sea».

Cataluña sigue siendo cuna de grandes cantaores. De Badalona es Miguel Poveda. Se inició de la mano de Mayte Martín y también ganó la Lámpara Minera. Dicen los expertos que tiene las tres condiciones necesarias para ser figura del flamenco: calidad, emoción y memoria. Ortodoxo y moderno a la vez, Poveda ha colaborado con jazzmans y cantautores. Todo un ejemplo.