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Ana

El semanario rosiamarillo de Antena 3, Dónde estás corazón, sumergido en el fluido del escándalo, experimentó la otra noche un impulso hacia arriba igual al peso del escándalo ventilado: 24,9% de share. Arquímedes también funciona en televisión. Reconozcamos que la historia es de las que quitan el aliento. Por los tribunales ha pasado el caso de una mujer, abogada, que contrató a un tipo para que matara a su marido. Al parecer, y si lo he entendido bien, en la investigación sobre el tipo -el matón a sueldo- aparecieron escuchas que implicaban a Ana Obregón, que habría recurrido a ese sujeto para que le zurrara la badana a Jaime Cantizano.

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La cosa se complica porque la protagonista del primer caso, la abogada-acusada, desenvuelta ella, pidió consejo profesional a la jueza María Emilia Casas, presidenta del Tribunal Constitucional, y ésta se lo prestó. La jueza Casas, evidentemente, no sabía nada de las aviesas intenciones de la abogada ni de sus proyectos asesinos, ni conocía tampoco al matón, ni siquiera a la Obregón; el problema es que una magistrado del Constitucional no puede asesorar jurídicamente a un tercero, y de ahí que el asunto haya llegado al Supremo y revolotee ahora en las alturas.

Pero lo que interesaba en Dónde estás corazón no era lo de la señora Casas, sino, como es lógico, lo «verdaderamente importante», o sea, lo de Ana Obregón. Hay algo realmente admirable en estos ejercicios. Podemos resumirlo así: la capacidad de llenar minutos y minutos de televisión con un solo argumento, dando sin embargo la impresión de un dinamismo inagotable. Aquella gente, en realidad, sólo tenía una cosa que contar: la transcripción de unas escuchas telefónicas donde Ana Obregón encargaba el trabajito. No se podía ir más allá porque no se sabía absolutamente nada más. Y pese a ello, la gente de Dónde estás corazón desplegó el argumento, lo hizo elástico, lo volvió a contraer, leyó la transcripción, la comentó, la escenificó, la volvió a comentar, pasó luego al rifirrafe entre los propios contertulios, transformó éste en rifirrafe con el universo mundo, volvió sobre Ana Obregón, la puso del derecho y del revés, la miró al trasluz, repasó de nuevo el texto de las escuchas Y todo muy rápido, muy tenso, a voces, en torno a una señora que había acudido allí y que era versada en leyes y, a su alrededor, los periodistas del coro habitual, no versados en leyes, pero sí en hacer un dinosaurio con una pulga y en convertir un minuto de texto en media hora de televisión. Uno salía de allí agotado. En fin. Con lo de Ana Obregón pasará lo que tenga que pasar, pero nadie dude de que nos esperan horas, días, semanas enteras de televisión sobre este caso.

A prepararse.