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Salvados

La Sexta emitió la otra noche la primera parte del anunciado Salvados por la Iglesia, un programa de humor de Jordi Évole, alias El Follonero. Se recordará que este señor, salido de la factoría Buenafuente, ya hizo un programa durante la campaña electoral: Salvados por la campaña. Como el ejercicio dio resultado, la cadena le propuso aumentar el número de instancias salvadoras: el fútbol, la tele, el ejército y la Iglesia.

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El programa consiste en que los reporteros acuden a lugares y escenarios emblemáticos y provocan situaciones chocantes. Así se organizó la entrega de una guitarra de Chiki Chiki al Papa, se buscó (infructuosamente) la complicidad del presidente de la Conferencia Episcopal y se difundió por la romana Plaza de San Pedro una serie de estampitas pidiendo la beatificación de Jiménez Losantos. Dicen que este de El Follonero es un humor blanco, que no hace daño a nadie. Imagino que esto es cuestión de perspectivas. Queda por ver la segunda parte del programa. Esta primera no fue mal de audiencia: tuvo una cuota de pantalla del 5,7%, que equivale a casi un millón de espectadores. El programa sigue teniendo problemas de montaje (esos «avances» sobre lo que va a venir a continuación), pero parece que es su forma de contar las cosas. Consideración al margen: qué extraña mentalidad se ha creado en España cuando hay gente que bromea sobre la religión pero venera a Chikilicuatre, ¿no?

En otro orden de cosas, hay un rasgo muy llamativo en el humor que hace esta gente, y es esa especie de infantilismo perpetuo en el que se envuelve. O sea: yo entro en un sitio muy serio, me río de todo, piso callos, toco narices y, acto seguido, exijo la comprensión e incluso el aplauso de la gente, porque lo he hecho de buen rollito y sin otra intención que echar unas risas. Es una actitud propiamente infantil. Pero ya se sabe que las gracias de los niños dejan de ser tales cuando el gracioso empieza a echar pelos en las piernas; porque ya no es un niño. Jordi Évole ha contado que en el Vaticano lo pasó muy mal porque, de repente, le entró una gastroenteritis: «Fue un infierno», admite. Castigo de Dios. No le quepa duda.