MAR DE LEVA

Esto se hunde

Conste que no me gusta el fútbol, reacción natural porque a mi padre sí le gustaba. Conste que en el mundo adulto, el mundo del trabajo y el cafelito, nadie puede escapar al fútbol, igual que cuesta escapar de la política y el chismorreo de los famosos. No me gusta el fútbol y vivo tan pancho, sin sofocos y lo mismo sin alegrías, pero tranquilote. Me llamaron el otro día para hacerme una encuesta sobre no sé qué cervezas y contesté como un paisano todas las preguntas, en plan somelier, menos las tres o cuatro últimas, referidas a qué marca es la que patrocina a la Selección Española de fútbol, y eso que es la marca que por aquí bebemos.

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Lo cual no quita para que siga con despegue levemente apasionado las idas y venidas de los grandes, esos rocambolescos quiebros y esas épicas chapuzas que un año le tocan a uno y al año siguiente a otro. Ver los toros desde la barrera te permite ser más torero que nadie, y ver el fútbol en la cara de los demás supone un aliciente para soportar el agobio de los lunes.

He vivido desde fuera las sonrisas por los ascensos en cascada del Cádiz y estoy viviendo, desde fuera también, los agobios por ese descenso en plan resbalón que se acerca con su boca de siete años de infierno. Pobres aficionados, pobres amigos incautos, pobre ciudad que por no tener no tiene ni la dicha de entretener su miseria con las victorias deportivas que otros se embolsan en su nombre. Primera persona de plural: «hemos ganado», «hemos jugado», «nos han robado el partido», como si en efecto todo el que habla hubiera estado allí en el césped, corriendo y rodando, como rodaba Lucas Lobos, que parecía un palito, como por lo visto no corren ni ruedan los supervivientes del saneamiento obligado de las arcas del equipo que trajo la apertura del mercado de invierno.

Me hace gracia el cuento de la lechera continuo que es, en nuestro Cádiz, esto del Cádiz. Y me hace gracia porque la gloria o la condena están siempre juntitas, a punto de caramelo. Si se ganan dos partidos y los demás pierden y hacemos la raíz cuadrada del logaritmo neperiano de Neskens, nos ponemos a tres puntos del penúltimo que está en cola para ascender, y todos contentos y felices, haciendo cábalas, y creyéndoselo. Y de pronto llega la dura realidad y se pierde o se empata o te hacen la jugarreta o te despistas en tiempo de descuento y, ya está liada, mira uno la clasificación igual que empieza a mirar la cartera a una semana de final de mes y todo lo que ayer fue optimismo se convierte de pronto en miedo al agujero. Me hace gracia, o sea, maldita la gracia, porque aunque no me gusta el fútbol sí me agradaría que la gente tuviera ese ratito de catarsis positiva de ver que al menos algo sale y algo cuadra y no está en manos de jugadores que ya están haciendo las maletas y están colgados al móvil a ver dónde ganan su pasta gansa el año que viene ni de señores trajeados que pueden prometer y prometen y de lo prometido si te he visto no me acuerdo.

No sé si el fútbol es un deporte de caraduras sostenido por una masa de incautos. Pero sí recuerdo el año pasado por este tiempo cuando todo el mundo tenía por meta subir a primera con aquello que se nos prometía, y veo ahora las caritas de circunstancias que se les van dibujando a todos, como el que espera el resultado negativo de un análisis médico y tiene la mosca detrás de la oreja.

Ahora, a ver quién arregla esto. A ver cómo se explican las pompas y los boatos del Trofeo Carranza, a ver quién necesita ese pedazo de estadio como al equipo lo hundan de nuevo en el averno. Conste que no me gusta el fútbol. Pero soy del Cádiz.