Manuel Chaves, en su lugar de trabajo. / ENRIQUE MONCADA
PERFIL MANUEL CHAVES

Al servicio de todos

Este gaditano del barrio de La Viña lleva más de medio siglo trabajando en el Restaurante El Faro

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Manolo, persona inquieta, dinámica, intuitiva y rápida de reflejos, concentra en su menuda figura una intensa y explosiva energía. Desde que se levanta hasta que, ya rendido por tanto trajinar, se acuesta, está en permanente movimiento. Extrovertido, despierto y atento, este gaditano y viñero posee una notable habilidad para conectar con las gentes y una singular destreza para entablar relaciones sociales. Sus actitudes y sus comportamientos, su sencillez, su servicialidad y su cordialidad definen y personifican un estilo de ser humano que tiene mucho que ver con nuestro singular paisaje urbano y, sobre todo, con nuestra historia trimilenaria, con los continuos cambios de nuestros vientos y con los diferentes movimientos de nuestros mares.

Algunos clientes de El Faro afirman que ya ha cumplido el medio siglo en este restaurante en el que él trabaja, pero otros -los más agudos- están convencidos de que él está allí desde siempre y que permanecerá, inalterable y solícito, para siempre. Lo cierto es que conserva el mismo aspecto juvenil e igual disposición servicial que tenía cuando, todavía un chaval, empezó a trabajar allá por los años setenta del pasado siglo XX.

Manolo es, sencillamente, un trabajador detallista, responsable y eficaz que, contra viento y marea, ha atendido a abuelos, a hijos y a nietos, y que decidió ser libre para vivir plenamente su vida y, sobre todo, para dar testimonio de su profunda convicción de que el amor es el impulsor central de la existencia humana.

Con su mirada interrogante delata un espíritu inocente en el sentido más profundo de esta palabra: contempla el mundo -cada uno de los elementos de la naturaleza y cada uno de los miembros de la sociedad- con la limpia ingenuidad y con la candorosa lucidez del niño que descubre los misterios de las cosas elementales. Con sus ojos abiertos y con sus oídos atentos, penetra en la vida práctica, atiende los asuntos sin turbarse, trata a sus compañeros y sirve a sus clientes con cordialidad.

Sencillo y esperanzado, Manolo es un perspicaz observador de la vida, un ameno conversador y un contador de deliciosas historias capaces de trasladarnos en el tiempo hacia adelante y hacia atrás. Sus relatos, salpicados de referencias apoyadas en datos concretos y en fechas exactas, brillan por la inapelable exactitud del historiador riguroso. Sus comentarios, condimentados con una pizca de pimienta y con la fina sal de La Caleta, nos demuestran que, además de ocurrente y reflexivo, es inteligente e ingenioso. Amable y, a veces, impaciente, con sus observaciones cargadas de chispa y de razón, nos enseña a valorar y a vivir la vida, a hacer las cosas bien, a despojarnos de poses ridículas, de fórmulas estereotipadas, de posturas artificiales porque -como él afirma- «las máscaras no ocultan nuestra radical pequeñez».