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El Comentario | ETA, la historia interminable

La detención del llamado Thierry, al parecer sucesor de Josu Ternera al frente de los aparatos político y militar de la banda etarra, negociador de línea dura que frustró y puso y fin a la tregua del proceso de paz, es en apariencia un avance rutinario más en la lucha persistente y tenaz del Estado contra su enemigo más despiadado y con mayor capacidad de supervivencia. Ante un éxito policial tan notorio, la reacción principal es la satisfacción que nos produce a los demócratas un logro que ahorra vidas y restituye parcelas holladas de libertad. Pero también esta vez lo ocurrido tiene elementos intelectuales que no pueden ser obviados.

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Es un hecho llamativo la constatación, una vez más, del trasvase permanente y en los dos sentidos entre ETA y sus sucesivas sucursales políticas. El ex alcalde batasuno de Andoain, José Antonio Barandiarán, durante cuyo mandato fueron asesinados en su localidad Joseba Pagazaurtundúa y José Luis López de Lacalle, ha sido el nexo que al parecer ha permitido descubrir el apartamento de Burdeos donde habitaba el cabecilla etarra, en el que también se hallaba Ainoa Ozaeta, quien fue concejal de Barandiarán y la etarra que leyó los comunicados con que ETA anunció y finalizó la tregua. En definitiva, son los hechos, cada vez más copiosos y contundentes, los que dan basamento y respaldo moral a la Ley de Partidos Políticos, puesto que ya no hay duda razonable sobre la tesis garzoniana de que el mundo de ETA es un continuum en el que sus diferentes organizaciones son la misma cosa aunque cada una de ellas se especialice en una actividad determinada.

En segundo lugar, la estridente y espontánea reacción del portavoz del PNV en el Congreso, Josu Erkoreka, quien restó «importancia» a las detenciones, sospechando quizá que se trataba de una operación gubernamental encaminada a correr una cortina de humo sobre el fracaso de Juan José Ibarretxe en su intento de empujar al vacío al presidente del Gobierno, pone una vez más en evidencia al partido nacionalista, que persiste en combatir la Ley de Partidos y se resiste a sumarse abiertamente a la causa de la deslegitimación de ETA, que ya no es un «movimiento nacional» desorientado sino una degenerada banda de criminales en manos de extraños híbridos de atracador y revolucionario.

En tercer lugar, la caída de estos activistas, que supone un paso más en la fragilización de la banda, contribuye a reforzar la naciente complicidad PP-PSOE en esta materia. Complicidad que ya se ha visto en las expresiones y en los gestos y que no habría probablemente necesidad de plasmar negro sobre blanco en acuerdos concretos. Basta con seguir como hasta ahora para que la unidad política respalde muy positivamente la acción policial y la cooperación internacional. PP y PSOE han sido conscientes a tiempo de que la ciudadanía no entendería ni soportaría que la explotación de la violencia que se hizo durante le tregua perviviera a su término, con cadáveres sobre la mesa. Finalmente, es imposible resistirse a un comentario sobre la imagen del gran capo terrorista. Porque todos, a lo largo de este casi medio siglo de soportar a ETA, nos habíamos formado unas visiones tópicas del independentismo vasco, en el que supuestamente habían de convivir ideólogos, políticos con cierta capacidad de raciocinio y activistas guerrilleros, simples ejecutores de las consignas de los visionarios.

Pero Francisco Javier López Peña, de 50 años y sin oficio ni beneficio conocidos, a la cabeza de las ramas política y militar, bien poco parecido al arquetipo étnico de la raza vasca, tiene el aspecto de un rufián de baja estofa o, en el mejor de los casos, de un rudo trabajador manual, aunque al parecer ha sido pareja de una abogada abertzale. Decía Albert Camus que, a partir de los cuarenta años, cada cual es responsable de su cara. Y viendo a este personaje, físicamente muy parecido al famoso bandolero El Solitario -Jaime Jiménez Arbe, atracador de bancos, detenido el año pasado-, gritar exaltado soflamas patrióticas, no cabe más que afirmar que, como en una memorable controversia parlamentaria republicana, la masa vociferante ha sustituido en ETA a la masa encefálica, si alguna vez la hubo.