Opinion

Cómo cantar victoria

Barack Obama tiene un solo problema grave a día de hoy: cómo administrar su éxito, convertir su hazaña en un hecho favorable a la unidad demócrata y ganarse al electorado de Hillary Clinton o parte de él.

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Obama, tras lo sucedido ayer en Kentucky y Oregon, mantiene holgadamente su ventaja en delegados para la Convención y en porcentaje de voto popular entre el electorado demócrata, pero pretende ser balsámico e integrador y, de hecho, hay ya conversaciones informales entre asesores y estrategas de las dos candidaturas para desbrozar la situación y salvaguardar las expectativas de sus jefes.

Una versión cruda sostiene que Clinton, si debe rendirse, preferirá en realidad que gane McCain, un republicano de 72 años que difícilmente repetiría en 2012 cuando ella tendrá 64 y, tal vez, una segunda oportunidad si a Obama no le ruedan bien las cosas. Pero, aun suponiendo que esa intención malévola tenga base, es compatible con su eventual decisión de decir, aunque sea con la boca pequeña, que el partido sólo tiene un candidato.

Aquí entran en juego dos consideraciones de apariencia sólo aritmética pero profundamente políticas. La primera es que Clinton sólo haría un sacrificio genuino y tendría un argumento impecable si fuera seguro que ella es mejor candidata que Obama frente a McCain pero las encuestas, que lo probaron durante mucho tiempo, han cambiado y ahora (media de las seis últimas) McCain perdería con ambos, pero por sólo 1,8 puntos frente a Clinton y por 3,8 contra Obama.

Y la segunda es que está comprobado hasta la saciedad que el número de potenciales votantes de Obama que nunca votarán a Hillary es nueve puntos más elevado que el de quienes, pensando en demócratas, nunca votarán a Obama. El rechazo a la senadora, que procede indudablemente de sus ocho años como primera dama (una conducta que en Europa le supuso más bien admiración y estima) está bastante extendido y, visto lo visto, bien arraigado.