LA ENTREVISTA

« Juan Luis Galiardo Me cansé de tanto sexo y tanta orgía»

-Sus amigos dicen que está usted más tranquilo. ¿Por fin le funciona el psicoanálisis?

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-El psicoanálisis es un camino de búsqueda. Me ha ayudado mucho a profundizar en mí, a reconocerme, a no mentirme. Antes pensaba que la vejez era una condena, y ahora la veo como una senda, válida y hermosa, hacia la sabiduría y la aceptación de la muerte.

-¿Se acabó, entonces, lo del galán bohemio, que saltaba de cama en cama, entre chicas 'progres' y mujeres 'fetén'?

-La bohemia es una etapa de la vida altamente recomendable; un momento que hay que disfrutar con los cinco sentidos, pero del que también hay que saber cuándo salir. Si uno no se bebe a borbotones los placeres de la existencia cuando puede, termina frustrado. Si lo hace demasiado tiempo, termina hecho polvo.

-¿Ha cambiado la juerga y la promiscuidad por la reflexión y la vida sana?

-En los 70 me cansé de tanto sexo y de tanta orgía. Había señoras que me llevaban a la cama esperando encontrarse con un tigre, y yo me dedicaba a contarles mis problemas. Necesitaba hablar con ellas. Lo cual no significa que luego no fuera un amante cumplidor y generoso (ríe).

-¿Dónde estaba el secreto de tanta galanura?

-El físico es un arma de doble filo. Por una parte, me ayudó. Por otra, me trajo muchos malos rollos, envidias y enemistades. Digamos que era resultón y mediterráneo, aunque yo jamás utilicé la labia para engañar a las mujeres. Era muy claro, y nunca hablaba de amor si no lo sentía, que es lo menos que se le puede pedir a un caballero. Yo decía: ¿Oye, qué te parece si follamos un rato? Y ellas sabían a qué atenerse. Sin trampa ni cartón.

-¿La estabilidad merece, entonces, sacrificar tantas aventuras?

-Más bien es una cuestión de saber qué es lo que toca. Antes me hacía relativamente feliz una noche de farra, viajar y retozar con desconocidas, y ahora me llena la meditación, la lectura y comerme una pieza de fruta antes del almuerzo, por ejemplo. Antes me refugiaba en el hedonismo, era un epicúreo circunstancial, y ahora busco amparo en el concepto de Dios, que es un universal que persigo y que llevo dentro. Probablemente una cosa no hubiera sido posible sin la otra.

-Está usted de un profundo...

-¿Pero eso no es nuevo! Cuando conocí a Azcona y empecé a contarle mis comecocos, un día me soltó: Galiardo, ya te he soportado, y me parece muy interesante tanta introspección, pero más vale que sepas que, con lo tuyo, Dostoievski no se escribiría ni media página. ¿Qué grande!

-Era muy buen amigo suyo.

-Él era un sabio y yo lo adoraba. Algunas veces, lo llamaba por las mañanas y le preguntaba: ¿Azcona, tú me quieres? Y él me respondía: ¿Qué sí, coño, que te quiero! Y me colgaba, cabreado. Yo me reía, y estoy seguro de que él también...

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