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El desconcierto

En Cádiz no hay un debate educativo. Ojalá hubiera un debate educativo, porque eso nos estaría hablando de una madurez que prefiere construir los cimientos de la nueva sociedad antes que pintar castillos en el aire. Pero no es así. En Cádiz lo que tenemos es lo que define Angela Vallvey como privado-concertado «invento español con el que se vende el prestigio de lo privado junto a la seguridad de lo público», y que traducido resulta «en gratis».

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No hay un debate educativo; es simplemente que algo está cambiando en cuanto a la elección de centros, que se manifiesta en que los colegios concertados vuelven a ser los más demandados. No es la búsqueda de una educación religiosa lo que embarca a estos padres en la consecución de una plaza. De hecho, los colegios concertados están obligados a admitir niños no bautizados, niños cuyos padres no están unidos por ningún vínculo sacramental y a admitir a estos por encima de aquellos que esgrimen valores religiosos en la educación.

No estoy de acuerdo en que los colegios concertados se ubiquen en las mejores zonas de la ciudad; no estoy de acuerdo que en que los colegios concertados no respetan la ratio establecida y que hacinan a los niños en las aulas, ningún colegio concertado se atrevería a superar los veinticinco niños por clase ante una posible inspección; no estoy de acuerdo en que las instalaciones de los colegios públicos sean mejores que las de los concertados, al menos en el casco antiguo, vean si no el recreo del Carlos III o de San Felipe.

Pero sí estoy de acuerdo en una cosa. La educación está por encima de cualquier argumento político-religioso-social y los padres tenemos derecho a exigir unas garantías mínimas que avalen el proceso formativo de nuestros hijos. Quizá sea el momento de iniciar el debate y de poner tantas energías en mejorar la educación pública como se han puesto en denostar a la concertada.