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Wellcome to Villa Pereza

Los que tienen hijos con menos de seis años seguro que han visto alguna escena de una serie llamada Lazy Town (que significa Villa Pereza), en la que una niña con el pelo rosa chicle (y un peinado muy familar por aquí) se afana, con un bigardo de fino bigote y obsesión por la vida sana, en cambiar los hábitos de todos los chinorris de la localidad que tienden, básicamente, a jugar, comer chucherías y disfrutar el tiempo. El villano absoluto se llama Robbie Retos y -al margen de organizar una putada por capítulo, que para eso le pagan la perversidad- su mayor delito consiste en vivir tumbado en un sofá. Esa serie, no crean, triunfa como Los Chichos en sus buenos tiempos y se emite diariamente en decenas de países del mundo pese a estar grabada ¿¿¿en Islandia!!!

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A la vista de su éxito, con el precedente de que Disney ha creado una rentable línea de negocio con cruceros temáticos y tras la invasión de turistas que ha tomado Cádiz al abordaje esta semana, parece mentira que esta ciudad no haya visto la jugada y deje pasar tamaña oportunidad (otra) para definir su política turística.

Eso de «la ciudad que sonríe» no debe de tener mucha fuerza. Quizás porque lo de sonreir se practica (con más o menos frecuencia) en todas partes. Lo cierto es que muchos de esos visitantes se bajan del barco y se dirigen a Jerez o Sevilla, porque consideran que la temática (folklórica, bodeguera, monumental, ecuestre o histórica) de esas ciudades supera la cachonda oferta de Cádiz. Viejo agravio. Igual, los que vienen se limitan a hacer lo mismo que los gaditanos cuando se bajan en Civitavecchia: meterse en un autobús para buscar la gran urbe más cercana, que casualmente es Roma. No hay color.

Si se mezcla el éxito de Villa Pereza entre los niños del planeta con la masiva llegada de guiris y las estadísticas publicadas sobre desempleo y absentismo laboral, el resultado es evidente: lo tenemos a huevo para convertir la ciudad en un parque temático sobre la vagancia, que despierte la curiosidad de los turistas, atraídos por la fama mundial del programa infantil.

Decimos que la auténtica Villa Pereza es la de aquí, que la de Reikjavik es un mojón helado para engatusar a los críos y que a las cifras nos remitimos. Según los números leídos esta semana, ningún sitio en Europa tiene más habitantes parados ni más personas con un trabajo sin usar. Ni la Encuesta de Población Activa ni la consultora Winterman (llamándose hombre del invierno es normal que nos tengan envidia) iban a mentir al tiempo. Está claro que Villa Pereza está aquí. Una vez lograda la imagen de marca, sólo hay que adornar la ciudad con estilo acorde a la temática.

Podríamos poner a desempleados en cada esquina, con un panel explicativo sobre su trayectoria. Edificios de oficinas, enteros, abrirían sus despachos vacíos al visitante para ilustrar el insólito índice de escaqueo laboral (quedarían bien unos carteles: «Observe las sillas, están nuevas»). A la hora del almuerzo, una fugaz visita a la Plaza de Mina, donde familias enteras hacen un botellón gastronómico porque no tienen dinero para ir de gourmets.

Por la tarde, podrían organizarse rutas por Santa Bárbara, Valcárcel, Plaza de Sevilla, barrio de Astilleros, el Carranza y diez enclaves más para explicar, en varios idiomas, a los ocupantes del autobús: «Observen a la derecha esa gran obra y ese gran solar. ¿Los ven bien? Pues llevan tal cual, así, intactos, cinco años... asombroso señores, esto sólo ocurre en Villa Pereza».

Los turistas volverían a su barco convencidos de su dicha, pensando lo pobrecitos que son los gaditanos y la suerte que tienen ellos por vivir en el progreso. Regresarían al camarote convencidos de que estar en la lista de espera de El Bulli es mejor que un cartucho de camarones en la esquina de Zorrilla, seguros de que ir hacinados en un gran navío es preferible a manejar sin compaña una barquita. Retornarían ufanos, por la suerte que tienen de vivir en su gran ciudad, encerrados en un coche, cada día, más tiempo del que pasan con sus hijos y su pareja. Pensarían en la fortuna de tener dinero y prisa, mientras meditaban cómo los gaditanos pueden estar tranquilos con tan poco (ya se lo preguntó un día el Wall Street Journal).

Zarparían los forastas de Villa Pereza y los actores gaditanos se quitarían sus disfraces para volver a la normalidad con el objetivo del deber cumplido: espantar una vez más todas esas trampas mentirosas de la riqueza y a todos esos que insisten en rescatar a Cádiz de su «miseria» pero no pueden, no resisten, se asquean y se van. Tratan de colonizarnos una y otra vez armados de dinero. Y fracasan.

De eso se trata, de que se vayan todos con su bulla y nos dejen aquí con la crisis -la tenemos en casa desde chica-, con nuestra vida lenta y cutre (palabra que identifica a los estúpidos). Que se piren con su know how, su enfado crónico, su afán por conocer en dos horas y por liberarse en siete días de travesía de un año de frustración.

Villa Pereza parece no tener remedio. Si lo tuviera, nadie querría visitarla. Igual es peor la solución que la enfermedad.

Los niños vagos de la serie viven mejor que los listos que insisten en corregirlos. landi@lavozdigital.es