DEL PUENTE A LA ALAMEDA

Afanas

En primer lugar, querida Jessica, te agradezco la cordial sonrisa, la expresión alegre de esa cara tan guapa y, por supuesto, esta maceta de flores moradas que, decorada con tanto arte, me acabas de regalar. Diles, por favor, a todos tus compañeros, que todavía estoy impresionado por la espontaneidad con la que me gritásteis: «Aquí todos estamos muy contentos; hasta Lola que es nuestra maestra de jardinería».

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Impulsado por el deseo inicial de conocer nuestra ciudad, de aprender de las lecciones que me dictan sus entrañables rincones y de disfrutar con los encantos que encierran sus parajes más significativos, en el paseo de esta semana me he detenido en el Centro de la Asociación de Ayuda a Minusválidos Psíquicos que está situado en la Barriada de la Paz. Les adelanto que esta visita ha constituido una de las experiencias más provechosas, gratificantes y placenteras de las que he vivido durante estos recorridos informativos.

Acompañado de Juan Luis, el director de la residencia de adultos, y de Guadalupe y de Lola, la directora y la subdirectora del centro ocupacional, he visitado las diversas instalaciones en las que más de cuatrocientos alumnos y residentes aprenden, trabajan, conversan, juegan, se divierten, se alimentan y descansan. He podido comprobar cómo, en el centro educativo, según el grado de autonomía de cada uno de los usuarios y siguiendo un plan de aprendizaje individualizado, en un ambiente relajado y cariñoso, conviven, estudian y trabajan niños, jóvenes y adultos que muestran alguna deficiencia psíquica.

Es cierto que me ha sorprendido gratamente la elevada calidad de algunos de los trabajos realizados en los talleres de madera, de jardinería o de mosaico, como, por ejemplo, esos que, compuestos de diminutas piedrecitas multicolores, realizan los jóvenes que dirige Félix del Río. Pero lo que más me ha asombrado ha sido el estimulante ambiente familiar que este grupo de más de ciento veinte profesionales, ayudados de varios voluntarios, han creado, guiados por el ánimo de proporcionar a estos conciudadanos nuestros una vida afectiva lo más normalizada posible y decididos a prestarles la atención peculiar y el apoyo específico que requieren las necesidades y las exigencias de estos colectivos en la vida cotidiana actual.

Lo malo es que, como me confesaba Emilio Carrere, presidente de la asociación, este centro, creado por iniciativa de los padres de familia hace más de cuarenta años para atender las necesidades de unos sesenta usuarios, en la actualidad ya alberga más de cuatrocientos. Efectivamente se ha quedado pequeño, requiere una urgente remodelación de sus instalaciones y, sobre todo, está pidiendo a voces la renovación de muchos de sus muebles y equipos.

En mi opinión, es posible que, si las instituciones públicas y los ciudadanos visitáramos con mayor frecuencia estos centros asistenciales, además de proporcionarles mayores ayudas, recibiríamos en recompensa unos alentadores impulsos para vivir unas vidas que, por ser demasiado «normales», nos resultan anodinas, insustanciales y aburridas. A lo mejor estos seres nos descubren, con su ingenuidad, el valor de las cosas elementales como, por ejemplo, un dibujo, una canción o una flor. A Pepi, a Juan, a Antonio, a Paco, a Carmen, a Manolo y a todos los demás de cuyos nombres ahora mismito no me acuerdo, os prometo que volveré para almorzar con vosotros. Un beso de José Antonio.