LOS PELIGROS

Cuotas

La crítica más frecuente que se le hace al sistema de cuotas de mujeres en órganos de poder es que impide el acceso a esos puestos de los más capacitados. Esa afirmación, tan repetida, es aceptada como una verdad por la mayoría e, incluso, los defensores de la igualdad la admiten como un mal menor temporal para conseguir, en el futuro, ese justo fin. Pero esa crítica a las cuotas es tramposa porque incluye dentro dos suposiciones. La primera es falsa siempre: el sistema no garantiza, en ningún caso, que al poder accedan los más capacitados. Como si no estuviéramos rodeados de jefes incapaces. O no se prefiriera, tantas veces, promocionar al poder, en la política o la empresa, no al mejor sino al más sumiso y menos problemático. Y eso nos lleva a la segunda suposición: que si una mujer accede a un puesto de poder, dentro de la cuota, necesariamente no está capacitada para ejercerlo. Esa presunción está tan en el subconsciente de toda la sociedad que alguno, o alguna, con un discurso habitualmente igualitario, nos sorprende dudando, a priori, de la capacidad de una profesora universitaria para dirigir Defensa pero nadie adelantó un juicio semejante cuando, en el pasado, un electricista se hizo cargo de Interior. Los mismos que elogiaron el «coraje» del Rey al visitar las tropas en Afganistán, le escatiman este valor (por masculino, supongo) a la ministra que hace lo mismo, embarazada además, algo que, en un país de estereotipos injustamente viscerales, no puede calificarse de anecdótico. La opinión pública transforma ese mismo viaje, sin empacho, de valiente en propagandístico, según quien lo protagonice.

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Por lo mismo, el nombramiento de un hombre para luchar contra la violencia de género se presenta, rebajado, como marketing político en vez de interpretar el sentido que transmite: es un problema de todos aunque lo padezcan mayoritariamente las mujeres. Se trata de ahondar en el aislamiento social de los maltratadores, entendidos éstos no sólo los que asesinan, al final de una escalada que empieza en pequeños desprecios y exigencias, sino también en los que se desentienden o le quitan importancia.

El principio de presencia equilibrada entre ambos sexos, que recogía la Ley de Igualdad de 2007, tiene un efecto pedagógico evidente al presentar como normal lo que debería serlo de todas maneras. Desde la lógica liberal de no intervención del Estado, es la sociedad, por sí misma, quien debe solucionar sus injusticias. Pero eso no ocurre sin ayuda. Ya se acepta que la igualdad de oportunidades necesita becas para acceder a la enseñanza, o que una sanidad puramente privada dejaría de atender a quienes no les suponga un negocio. También las diversas discriminaciones por razón de género necesitan ser corregidas. Para empezar, hacernos creer a todos que existen y son importantes.

Porque otra falsedad achacada a la política de cuotas es que suponen una sobrerrepresentación de las mujeres, por encima de su peso real en la sociedad. Con los últimos datos, del curso 2005/06, más del 54% de los matriculados en la Universidad fueron mujeres; porcentaje que sube al 61% de quienes consiguen terminar una carrera. A pesar de estos datos, los hombres encuentran más trabajos, acceden antes y sus empleos son de mayor duración. En la misma institución, sólo el 35% es profesora universitaria. En la Administración Pública, las mujeres suponen el 53% del funcionariado de carrera, por oposición. Aunque aún son minoría en el grupo A, de carácter directivo, en los tres últimos años han aumentado las aprobadas un 16%. Sí son mayoría en la carrera judicial. Aunque hay casi un 63% de juezas y casi un 43% de magistradas, sólo un 8% están en el Supremo. Ostentan el 60% de las Secretarías Judiciales. Tampoco la mayoría del 54% de fiscalas se corresponde con el 17% que está en el Consejo Fiscal. En el Consejo General del Poder Judicial suponen sólo un 10%. Esos ejemplos de representación muy por debajo de su peso social son innumerables. Las cuotas quieren corregir estos datos injustos. Y sí, cada una merece que se le critique luego por sus actuaciones, no por su género