ESPERA. Uno de los usuarios habituales de El Salvador aguarda a que empiece a servirse la comida. / JUAN CARLOS CORCHADO
Jerez

El comedor social de El Salvador atiende a más de 1.300 personas al año

Las Hijas de la Caridad sirvieron 100.267 comidas en 2007 a personas necesitadas y sin recursos de la ciudad El Ayuntamiento, con un compromiso anual de 42.000 euros, tiene pendiente el pago de subvenciones desde 2006

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Una madre alemana y su hijo que viven en un coche, un aficionado a los toros que consigue propinillas sacando toreros a hombros del coso jerezano, politoxicómanos, personas que viven en la calle, un hombre de 33 años que se gastó en alcohol los 72.000 euros por los que vendió la casa que le dejaron sus padres al morir... Son sólo algunos de los que a diario acuden al comedor social de El Salvador que tienen las Hijas de la Caridad en Jerez. Fueron 1.350 a lo largo del año pasado. En total, 100.267 comidas servidas. Y las cifras van en aumento. Cada día se ven caras nuevas.

Toni Guillén, educador social que lleva casi año y medio trabajando para las Hijas de la Caridad, afirma que ahora están sirviendo entre 50 y 60 menús al día. No se piden apenas requisitos a los usuarios. «Aquí damos de comer a todo el que entra», apunta Sor Victoria. Cierto. Quien quiere entra y sólo tiene que dar su nombre a una hermana que va apuntando, sentada ante una mesa situada a la entrada del comedor, sin exigir ni tan siquiera el DNI.

Las Hijas de la Caridad llevan ya 103 años ofreciendo este servicio en la ciudad, con lo que es normal que hagan que parezca sencillo poner en marcha la maquinaria cada mañana. La cocina empieza a funcionar a partir de las diez. A esa hora llegan ya los primeros voluntarios, que ayudan a las cocineras y a las hermanas en lo que sea necesario: cortar cebollas, pelar patatas, poner las mesas, preparar las bandejas... A las doce y media se abre el servicio. Los usuarios se ponen en la cola tras dar su nombre. Les sirven en bandejas y se sientan a comer. Todo muy rápido. Se nota que está muy rodado.

Fijos

Muchos son clientes fijos desde hace tiempo. El más veterano es Silvestre Cala. Lleva más de 30 años acudiendo a este comedor social. Raro es el día que falla. Está sin trabajo, aunque le ha quedado una paga de 490 euros mensuales. Y entre el alquiler del piso donde vive, la luz, el agua y otros gastos fijos, apenas le queda para subsistir. Por eso va allí a comer. Cuenta que empezó para probar, que le gustó y que se acabó acostumbrando: «Me gusta mucho venir aquí, se come de lujo, casi como en un restaurante. Y encima nos tratan estupendamente».

Miguel Monje es otro de los fijos, aunque lleva bastante menos tiempo acudiendo que Cala. Dice que unos dos años. Este jerezano «de raíces profundas» tampoco trabaja, en su caso porque le falta un brazo. La pequeña pensión que le ha quedado la invierte en pagar la casa, en pagar las facturas y... en alcohol, su gran perdición, reconoce.

El alcohol también ha llevado a la ruina a Juan Jesús García Sánchez. Tiene 33 años y hace aproximadamente tres que se bebió, en cinco meses, los 72.000 euros por los que vendió la casa que heredó de sus padres. Desde entonces vive en la plaza Sanlúcar, donde tiene un rincón propio delimitado por cartones y mantas. Asegura que en el barrio todos le conocen y respetan. Y que muchos incluso le ayudan dándole bocadillos y alguna limosna de tanto en tanto.

Familias

También van hombres y mujeres a recoger la comida para toda la familia: un primer plato cocinado, un segundo crudo, postre, pan y leche. Sobre las once y media de la mañana llegan, saludan, entran a la cocina y se lo llevan todo en taperwares. Actualmente son 97, los mismos de lunes a sábados -la comida del domingo se la llevan el día anterior- y que suponen exactamente 315 menús diarios.

Sobre ellas sí existe un mínimo control. Normalmente llegan derivadas por otras instituciones, principalmente Servicios Sociales, apunta Toni Guillén. Se les pide documentación y justificantes de ingresos. A él le llama la atención el rápido cambio que se está produciendo en el perfil de las familias que piden esta ayuda. «No son los mismos que hace unos meses», asegura. Ya no llegan solamente «los típicos marginados del Polígono o de San Telmo, por ejemplo, ahora te puedes encontrar con que viene tu vecino, por ejemplo». Se refiere, por ejemplo, a parejas jóvenes en las que cada uno ganaba mil euros al mes y que ahora uno de ellos se ha quedado sin trabajo: «Se encuentran con que con mil euros tienen que pagar una hipoteca de 800, la luz, el agua... Y, claro, así no pueden». «O el marido que se ha separado y que la mujer se ha quedado con la casa. Cobra 900 euros y el juez dice que de ahí tiene que pasar una manutención de 400. Y si encima tiene que pagar un alquiler...», continúa a modo de ejemplo.

Otros fijos son los voluntarios. Guillén asegura que las Hijas de la Caridad cuenta con una bolsa de algo más de 200. Muchos son ocasionales o asisten a colaborar en citas puntuales, pero alrededor de medio centenar van a diario. Varios de ellos ayudan precisamente en la cocina o en el comedor. Ponen las mesas, sirven los menús, limpian... Lo que haga falta. Predominan los jubilados con más tiempo libre.

Ayudas y subvenciones

Evidentemente, este servicio que prestan las Hijas de la Caridad se sufraga gracias a ayudas externas. Mucha gente anónima realiza donaciones. Numerosos colectivos, como Cáritas, hermandades y asociaciones, entre otras, realizan también habitualmente generosas entregas de alimentos o elementos de primera necesidad. Al igual que tiendas y supermercados, que dan género sobrante.

Luego están las subvenciones. La Junta de Andalucía otorga una de algo más de 8.000 euros anuales. El Gobierno central algo menos. La más cuantiosa es, con diferencia, la del Ayuntamiento. Es de 42.000 euros por ejercicio. Sucede, sin embargo, que, al parecer, lleva desde 2006 sin hacerla efectiva a pesar de que las correspondientes anualidades estén aprobadas. Las Hijas de la Caridad no quieren darle importancia y aseguran que están tranquilas porque saben que, antes o después, lo cobrarán. Eso sí, hasta entonces tienen que seguir haciendo auténticos malabares con los escasos recursos de los que disponen. Ellas sí tienen claro cuáles son sus prioridades.

wjamison@lavozdigital.es