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Los grandes objetivos

Sin perder de vista que la característica esencial del nuevo Gobierno es la continuidad, dado que mantienen en sus puestos los dos vicepresidentes y los titulares de los ministerios políticamente más importantes, la digestión de las novedades, en buena parte simbólicas, permite deducir con relativa facilidad cuáles han sido los objetivos perseguidos por la mudanza, por otra parte lógica después de unas elecciones generales. En primer lugar, es evidente el objetivo de encarar la crisis económica con energía, potenciando la capacidad inversora del Gobierno para las políticas más o menos keynesianas que habrá que emprender. La continuidad de Solbes es sin duda la mejor garantía de que el Gobierno utilizará todos los medios a su alcance para minimizar el impacto de la desaceleración sobre el bienestar colectivo. Y para facilitarle la tarea, se mantiene a la eficaz Magdalena Álvarez al frente de Fomento -es una ministra antipática, cuya continuidad ha sido interpretada por algunos medios como una provocación, pero se gasta el ciento por ciento de su presupuesto- y se allanan algunos obstáculos que frenaban las inversiones del otro gran departamento de gasto, el que fue de Medio Ambiente y que ahora, fusionado con Agricultura, se denominará de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino, a cargo de Elena Espinosa, la antítesis dialéctica de la destituida Narbona.

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Dicho objetivo está evidentemente vinculado al cambio de modelo de crecimiento que, si fue un desiderátum teórico de Solbes desde antes incluso del 2004, ahora, tras el hundimiento previsible del sector construcción, se ha convertido en un imperativo urgente. Se trata, en suma, de promover la conquista de la competitividad y de la productividad, lo que requiere una modernización integral del sistema económico que pasa por potenciar la educación y por acelerar todavía más el proceso inversor en I+D+i. A tal fin, se crea ex novo el Departamento de Ciencia e Innovación, que queda en manos de una prestigiosa empresaria con sólido fundamento tecnológico, que gestionará también la política universitaria, y se lleva al Ministerio de Industria a un economista de gran solvencia, Miguel Sebastián, también teórico de la modernización y, por su edad, capaz de asumir el día de mañana la sucesión de Solbes. En tercer lugar, la maduración de Rodríguez Zapatero parece haber serenado y relativizado su vehemencia ecologista. La desaparición del Gobierno de Cristina Narbona, una valiosa profesional con sólidas convicciones conservacionistas y muy cercana al ecologismo más militante, permitirá a Rodríguez Zapatero un lento deslizamiento desde posiciones irreductibles hasta otras más flexibles en dos asuntos en que los hechos y los criterios técnicos tendrán que acabar imponiéndose: la política hidrológica y la energía nuclear. En el primero de estos asuntos, es evidentemente necesario permitir que los criterios técnico-económicos predominen sobre los prejuicios políticos. En lo referente a la energía nuclear, empieza a ser evidente que sólo el retorno a la energía nuclear podrá proporcionar suficiencia energética en el futuro a los países desarrollados en condiciones aceptables para el medio ambiente. En cuarto lugar, y en materia de reformas sociales en sentido amplio, el objetivo preferente es la plena sedimentación de las acciones normativas ya acometidas en la legislatura anterior.