PRESTON. Participó ayer en el ciclo 'La prensa en la calle' de la APC. / MIGUEL GÓMEZ
PAUL PRESTON HISPANISTA

«Los testimonios de los corresponsales me hicieron llorar a lágrima viva»

El historiador presentó ayer en Cádiz 'Idealistas bajo las balas', un retrato colectivo de los periodistas extranjeros que participaron en la Guerra Civil española

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Ganaron la guerra, pero pueden acabar perdiendo la batalla de la Historia. Después de 50 años de soportar una versión única, oficialista y perversa, un lento -pero eficaz- goteo de estudios, monografías y documentales ha comenzado por fin a horadar ese otro tipo de censura que implica el silencio académico y editorial. Los tópicos interesados, las tergiversaciones, argucias y falsedades de algunos divulgadores revisionistas chocan con la realidad que, durante el conflicto civil, relataron en sus crónicas los corresponsales extranjeros.

Muchos de ellos supieron armonizar su compromiso político, moral y emocional en favor de la legalidad republicana con un trabajo exhaustivo y veraz -cualidades que poco tienen que ver con los conceptos, tan largamente manipulados, de imparcialidad o neutralidad-. Paul Preston, prestigioso hispanista y autor de las dos biografías superventas sobre Franco y Juan Carlos I, firma, en Idealistas bajo las balas, el retrato de un colectivo legendario, el de los periodistas foráneos que cubrieron la Guerra Civil, entre los que se encontraba lo más granado de la prensa internacional.

Ayer, el conocido investigador participó en el ciclo La prensa en la calle, que organiza la APC, y explicó a la nutrida concurrencia que se dio cita en el Salón Regio del Palacio Provincial las claves de su última obra.

La transformación

De entrada, Preston definió a los corresponsales como «los responsables de elaborar el primer borrador de la historia». Por esa España rota pasaron Ernest Hemingway, Martha Gellhorn, John Doss Passos, George Orwell o Antoine de Saint Exupéry, «y todos escribieron lo que vieron o lo que pudieron», apuntó el escritor, quien destacó la dificultad de desarrollar esa tarea «afrontando graves riesgos, inmersos en el frenesí del combate o sufriendo, de cerca, las privaciones y los padecimientos de la población civil».

A todos los transformó la guerra. «Al tiempo de llegar, poco después de que se sumergieran en la narración de un conflicto que pronto les consumió, ya entendían las preguntas que les planteaban desde sus correspondientes redacciones como banalidades; se frustraban por el enorme desconocimiento y la disciplencia con la que se trataban los bombardeos indiscriminados de Madrid, por ejemplo».

De ahí que el británico utilice el término idealista como un adjetivo recurrente para referirse a ellos: «El 80% de los corresponsales que aparecen en estas páginas pueden ser considerados como tales. Evidentemente también hubo turistas, propagandistas y cínicos, pero he preferido referirme a los que jamás se salieron de unos límites profesionales que se impusieron ellos mismos».

El motivo desencadenante de la obra fue una ambiciosa exposición sobre corresponsales que organizó el Instituto Cervantes. A partir de ahí, Preston se embarcó en una «búsqueda obsesiva» de cartas, diarios, partes no enviados, crónicas nunca publicadas y, por supuesto, «horas y horas de hemeroteca». Tantas que acabo Idealistas en 15 meses. «Es un tema inspirador, pero también muy doloroso; tengo que reconocer que durante el proceso de documentación los testimonios de los periodistas extranjeros me hicieron llorar a lágrima viva», admitió Preston, completamente identificado con un grupo que, «al menos en el aspecto práctico, fracasó sin matices, puesto que su principal objetivo, que siempre fue el de influir en la opinión pública para acabar con el inmovilismo de las potencias democráticas, jamás se consiguió; o mejor dicho: se logró conmover a esa opinión pública, pero ésta, a su vez, no logró espolear a sus respectivos gobiernos, que continuaban cegados con la idea de que la República era una avanzadilla de los rojos».

La identificación con los valores republicanos, una vez que pisaban tierra española, era casi inmediata. «Era tan simple para ellos como resolver esta ecuación: o estás con los fascistas, o estás con los defensores de la libertad, independientemente de que luego, una vez solventada esta cuestión, pudieran ahondar en todo tipo de disquisiciones ideológicas».

Ternura e intelectualidad

Pero, al margen de ese compromiso «político y ético» que manifestaron en sus escritos «públicos y privados», Preston también ha querido tomar como hilo conductor «la vida diaria, las condiciones por las que tuvieron que pasar en España los corresponsales en ambas zonas para tratar de entender y explicar la guerra».

A partir de sus estudios, el autor concluye que «desde el primer momento, en la zona franquista, se intenta y se logra imponer una dictadura, lo que implica un control rígido de los informadores y la anulación total de la libertad de prensa», mientras que en la parte republicana, «podían hacer su trabajo con más facilidades, sobre todo desde que las autoridades entendieron que su labor podía ser fundamental para que Francia, Inglaterra o EE UU se decidieran a intervenir».

Si la revolución rusa «tuvo un impacto intelectual» entre todos los militantes o simpatizantes de la izquierda del momento, la Guerra Civil acabó siendo el centro de «una profunda identificación emocional» del mismo espectro: «La República simbolizaba a los débiles, a los desheredados, a los perdedores, a los abandonados... Es normal que los corresponsales sintieran una alegría desmedida con cada pequeña victoria, y sufrieran una punzada de dolor con cada derrota». dperez@lavozdigital.es