Cádiz C.F.

Su corazón no aguantó el vértigo de la montaña rusa

El Cadiz de Calderón comenzó a despeñarse a principios de 2008, justo cuando el equipo se situó en lo más alto

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Antonio Calderón declaraba en su última entrevista que el equipo transmitía mejores sensaciones desde su llegada. No le faltaba razón... hasta que llegó el derbi. El gaditano recogió un equipo roto, un despojo, un enfermo en estado crítico golpeado por una brutal crisis institucional. Llegó en la octava jornada bajo la sombra de la duda, sin la confianza de quienes le pusieron (que negociaron en primer término con Jose González), pero las circunstancias y el vacío de poder le mantuvieron en el cargo pese a los titubeos del inicio.

El clásico provincial que el sábado le enterró fue quien le dio vida en la primera vuelta. Como él decía hace una semana, estos partidos siempre son trascendentes. La victoria trajo la tranquilidad, la estabilidad, y los resultados. A partir de ahí, crecer y crecer.

Su filosofía es clara a pesar de caracterizarse por cambios constantes de jugadores y sistemas. Competitividad es su palabra favorita. Hay que correr, luchar, presionar y trabajar para ser un poco mejor que el contrario. Su ideal murió en el momento que muchos de sus futbolistas, a los que sobreprotegió de manera equivocada, perdieron la motivación de luchar por el ascenso. Ninguno vio el reflejo en la guadaña del descenso.

Pero eso sería mucho después. En noviembre y diciembre todo fueron alegrías. El conjunto gaditano se convirtió en un equipo aburrido y soso, pero sólido, consistente y ganador. El triunfo en Tarragona en el último partido del año le catapultó a su mejor posición, y le dejó a seis puntos del ascenso.

La vida le sonreía al gaditano. La confianza en el proyecto deportivo era tal que Antonio Muñoz decidía centrarse en arreglar el estropicio económico, con una decisión que al final ha resultado fatal a todas luces. Lucas Lobos, la estrella indiscutible del Cádiz, se marchó a México. También dijeron adiós Armando, titular y sobresaliente en un Athletic ahora casi uefo, y los argentinos Pavoni y Vella. En su lugar aterrizaron en la Tacita tres hombres que no llenaron el vacío dejado por el de Tigres. Natalio sí ha salvado puntos, y gracias a él el equipo amarillo posee un colchón cada día menos mullido, pero Bangoura y Kosowski han sido dos fiascos dignos de ser recordados en el futuro.

El parón invernal

Para colmo llegaron muy tarde. Justo cuando el trenecito amarillo comenzaba su descenso a los infiernos. Y es que la trayectoria de Calderón ha sido como una montaña rusa. Tras situarse en la cúspide, el impulso hacia el suelo ha sido definitivo.

El baile del Hércules en Carranza destrozó muchas ilusiones. Goles al principio de cada tiempo, al final del partido, expulsiones absurdas, lesiones inoportunas, cambios de sistema, pitos en la grada, batallas dialécticas en las ruedas de prensa, salidas de tono de jugadores y entrenador,... En tiempos de guerra cada cual busca su botín y Calderón se había granjeado demasiados enemigos.

Al final se quedó sólo, con la opinión generalizada de que no estaban con él ni los suplentes ni los titulares. Y se convirtió en la cuarta víctima de esta plantilla. Ni Oli, ni Jose, ni García Remón ni ahora Calderón han podido domar a la bestia. El máximo responsable de los fracasos deportivos siempre es el entrenador, pero no es el único culpable. Ha rodado su cabeza, pero seguro que no será la última.