¿Somos los últimos cristianos?

sta es la pregunta que se hacía un dominico al contemplar los bancos de las iglesias cada vez más vacíos, sus ocupantes cada vez más mayores y los seminarios casi desiertos. En realidad ha sido una pregunta recurrente en los últimos dos mil años. Seguramente se la hicieron los cristianos en 1453 con ocasión de la caída de Constantinopla, o cuando al morir Pío VI, encarcelado por Napoleón, uno de sus sepultureros dijo «estamos enterrando al último Papa», o cuando Comte afirmó en 1851 que antes de 1860 estaría predicando el positivismo en Notre-Dame. Curiosamente esta pregunta sólo puede hacerse respecto a Europa porque en el resto del mundo los católicos aumentan cada año; precisamente Europa, construida como la expresión política de un conjunto de naciones cristianas. También el cristianismo se encargó de reconstruirla cuando, maltrecha tras la II Guerra Mundial, tres líderes políticos europeos, democristianos los tres: De Gasperi por Italia, Adenauer por Alemania y Robert Schuman por Francia, pusieron los pilares de una Europa unida. Históricamente cada vez que la Iglesia ha atravesado un periodo de crisis, han surgido en su seno movimientos de renovación, porque como decía el P. Arrupe «es un error empeñarse en dar las respuestas de ayer a los problemas de mañana». Por eso en el siglo XXI, resulta indispensable la presencia social del mensaje cristiano por medio del testimonio de quienes lo somos, haciendo ver que el que haya gente que crea en determinadas cosas e intente aportarlas a la vida social, no debe percibirse como un peligro sino como síntoma de una sociedad viva. Abundan los signos de esperanza, como son la presencia y preparación creciente de los laicos en la vida eclesial. De todo esto vamos a hablar en Cádiz, durante hoy y mañana, en las I Jornadas sobre Católicos y Vida Pública, que se celebrarán en el antiguo Gobierno Militar con el sugerente lema de «El compromiso de los católicos en la sociedad gaditana». Le esperamos