VUELTA DE HOJA

Guía Michelín de la felicidad

El refresco ecuménico, que dicen que es «la chispa de la vida» ha indagado sobre los niveles de satisfacción de los españoles. Según sus arduas pesquisas, los compatriotas más felices son los navarros, los extremeños, los aragoneses y los catalanes. Han descubierto además que quienes están más contentos son las personas jóvenes que disfrutan de la compañía de otra persona joven, que tienen un empleo y que no pasan apuros económicos. Sin duda tienen más probabilidades de sentirse a gusto que los que viven en otras Comunidades, sobre todo si estos están solos, no tienen trabajo, pasan dificultades económicas y, para colmo, no se encuentran del todo bien de salud.

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Hay que congratularse ante el hecho de que, aunque no hayamos descubierto aún la receta de la felicidad, hayamos encontrado la vara de medirla. Algo es algo y al menos tenemos el retrato robot del ciudadano feliz, que nos había sido descrito como el que no tenía camisa o bien como el que tenía una camisa de fuerza y, como estaba loco, no se enteraba de cómo iban las cosas. Bertrand Russell, que entre los filósofos míos tiene un altar, decía que hay dos clases de felicidad, la natural y la imaginativa. Ponía el ejemplo de un hombre al que conoció de oficio pocero, alto y musculoso, sinceramente analfabeto, que cuando votó por primera vez en unas elecciones a diputados, se enteró de que existía el Parlamento.

Una vez me contó Lara, el del Planeta, que para él la felicidad consistía en una casa grande y en unos zapatos viejos. Don Antonio Machado creía que el secreto estaba en ser dueño de una buena salud y de una cabeza vacía. Poco a poco vamos profundizando en la difícil cuestión y ya sabemos que no depende únicamente de la fisiología, sino de la geografía.