TESÓN. Trabajadores keniatas ante uno de los túneles de la 'Montaña del Agua'.
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Agua que va, vida que viene

El Día Mundial del Agua se celebra para recordar que mueren millón y medio de niños al año por falta de saneamiento y por la escasez del preciado líquido

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BASTARÍAN 7.000 millones de euros anuales (el 1% del presupuesto militar global, o el gasto europeo en helados) para solucionar en dos décadas la falta de agua y saneamiento que mata cada año a millón y medio de niños. Un dato para la vergüenza en el Día Mundial del Agua, que se celebró oficialmente ayer jueves al coincidir el 22 en sábado. Y todavía más sonrojante, en pleno Año Internacional del Saneamiento, que confirma hasta qué punto sigue pendiente esa asignatura, suspendida por la tacañería solidaria del mundo rico y por el «miedo a hablar» de temas relacionados con las necesidades fisiológicas.

Esa aversión a charlar de letrinas y retretes supone un lastre para el desarrollo, como han advertido portavoces de organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales. «A la gente no le gusta hablar de ello, y eso convierte al saneamiento en el Objetivo del Milenio más descuidado», alerta desde la ONG británica Water Aid su jefa ejecutiva Bárbara Frost. El absurdo pudor que impide abordar el problema, coincide Clarissa Brocklehurst desde el Fondo Mundial para la Infancia (Unicef), hace que sea «un huérfano institucional, atrapado entre los Ministerios de Salud y de Asuntos Hídricos».

Hito médico

Brocklehurst, responsable de Agua y Saneamiento Ambiental de Unicef, añade que la solución no tiene por qué ser costosa y recuerda que en muchos escenarios del mundo pobre «una letrina de pozo sencilla, un hoyo excavado en la tierra con una tapa que ajuste bien», puede resultar «tan adecuada como un retrete con descarga de agua». Y esa inversión no sólo es barata, sino extraordinariamente rentable. Según la Organización Mundial de la Salud, por cada euro dedicado al Objetivo del Milenio del saneamiento (reducir a la mitad en 2015 los 2.600 millones de personas que ahora carecen de él), se ahorrarán nueve en gastos derivados de ese déficit básico, que conlleva siempre un alto precio sanitario, educativo y medioambiental.

Otro par de referencias refuerzan este panorama. Visto en negativo, el ejemplo del brote de cólera en Perú en 1991 deja claro que descuidar ese sector es un pésimo negocio. La causa fue el consumo de agua contaminada en villas-miseria y asentamientos precarios, y el coste económico triplicó en sólo diez semanas la inversión nacional de toda la década de los años 80 en mejoras de agua y saneamiento; eso, sin contar las vidas humanas. Visto en positivo, el beneficio también es evidente. Reducir la exposición de los excrementos humanos mediante letrinas y retretes evita 400 millones de casos anuales de contaminación, lo que permite decir a 11.000 profesionales de salud encuestados que el saneamiento es «el mayor hito médico de los últimos 150 años», por delante de la penicilina, la anestesia o el mapa del genoma.

«Sudor de agua»

Cooperantes y ONG se han apuntado a esa lectura positiva sin dejar de recordar las cifras (1.000 millones de personas ni siquiera tienen agua potable) del desastre. Y lo han hecho con energía solidaria rebosante de imaginación. Como Giuseppe Argese, el misionero italiano de la Consolata que, apoyado por Manos Unidas, lleva 40 años «exprimiendo» una montaña en el bosque keniata de Nyambene para recoger su «sudor de agua «en una impresionante red hídrica de presas, depósitos y tuberías que han dado nueva vida a 250.000 campesinos y a su ganado. O como los Hermanos de la Salle, que junto con el Gobierno regional de Castilla-La Mancha y la misma ONG española han hecho posible una presa subterránea en Eritrea para que 40.000 personas puedan aprovechar las aguas del río Bogú sin que escapen por el subsuelo.