Un soldado español saca un colchón de su base en Nayaf.
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La huella de los soldados españoles

Los iraquíes acusan a la Plus Ultra II de destruir un hospital en una fecha en la que ya había sido repatriada

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Por la ventanilla del coche, Sami Rasouli, fundador de los Equipos de Musulmanes por la Paz, hace de guía. «Éste es el puente que tanto le costó tomar a los estadounidenses», señala al cruzar el Éufrates. Luego, la Universidad de Kufa. Y con la misma naturalidad deja caer la bomba. «Y ése es el hospital que destrozaron los españoles».

Se refiere al centro desde el que francotiradores atacaron a los españoles en el episodio más sangriento de su estancia en Irak. La terrible acusación se repite por toda la ciudad, es vox populi. «Lo tomaron al asalto y lo destruyeron por completo», asegura Mohamed Abdul Alamir, jefe del Departamento de Radiología. Otros médicos del Centro de Especialidades de Nayaf, con siete plantas y cuatrocientas camas, ratifican su versión al narrar los sucesos del 4 de abril de 2004, cuando los seguidores del clérigo chií Moqtada al-Sadr cargaron indignados contra las tropas españolas a las que creían detrás de la detención del imán Mustafá al-Yaqubi.

En realidad fue un comando estadounidense el que llevó a cabo esa polémica detención sin informar a los españoles, que estaban al mando de la zona. Al-Yaqubi ni siquiera se encontraba en las instalaciones de la base Al-Andalus, como creía la turba, sino que había sido trasladado directamente a Bagdad para ser interrogado. Los enfrentamientos costaron la vida a dos soldados de la coalición -un salvadoreño y un estadounidense- así como a treinta manifestantes, además de dejar doscientos heridos.

Dos años después todavía se cobraron otra vida, la del director del hospital Safaa al-Amid, asesinado a tiros en la puerta de su casa por colaboracionista, cuando intentaba convencer a los estadounidenses para que reconstruyeran el centro médico. Las reparaciones del edificio se completaron hace sólo seis meses, tras varios escándalos de corrupción, pero el equipo tecnológico no ha sido restablecido.

«La batalla duró un día, la ocupación del hospital dos años», insiste Mohammed Turky al-Mamar. «La conducta de los españoles fue desastrosa. Los hospitales deberían estar fuera de los límites de la guerra. España tiene una responsabilidad social. Antes de retirarse de Al-Nasiriya los italianos construyeron un centro moderno con alta tecnología, eso muestra el contraste», manifiesta.

La dirección del hospital apoya la denuncia con un vídeo grabado tres meses después de la toma del mejor centro sanitario de la región: el mobiliario amontonado en los quirófanos, el equipo médico tirado por la azotea, los scáners rotos, los ordenadores por el suelo... Como si hubiera pasado un huracán.

Silencio de Madrid

Y pese a las pruebas y los testigos, la memoria colectiva de los pueblos no siempre hace justicia a lo que ocurre en el fragor de la guerra. A la confusión del momento, teñido de sangre y ahogado por el ruido de la metralla, ha contribuido el silencio del Gobierno de Madrid, que después de que las tropas abandonaran precipitadamente el país no ha querido mirar atrás.

En el Ministerio de Exteriores no desean dar más explicaciones de lo que llaman «una decisión traumática», ni están dispuestos a «aceptar responsabilidades por lo que ocurriera bajo otro Ejecutivo». En el de Defensa no quieren ni oír hablar de Irak. El Gobierno los ha tratado como un error. Los estadounidenses los han tachado públicamente de cobardes. Y ahora los iraquíes de vándalos.

Hasta ese 4 de abril su labor de ayuda a la reconstrucción en Irak había sido gratificante. Las relaciones con la población eran buenas. El trato con el personal iraquí que trabajaba para ellos, tan cordial que hubo lágrimas y abrazos en la despedida. «Habíamos realizado un buen trabajo durante ocho meses. Teníamos buenas relaciones con todos los grupos políticos y religiosos», dijo consternado ese 4 de abril un comandante español al periodista Gervasio Sánchez, testigo de los enfrentamientos. «Y de repente todo se desmorona», escribió proféticamente. «Porque a partir de hoy nada será igual en Nayaf».

No ha sido fácil desenredar la madeja del honor español entre tanto pacto de silencio, pero finalmente el testimonio del entonces coronel Alberto Asarta, segundo de la Brigada Plus Ultra II y máxima autoridad en Nayaf, sirve para poner los puntos sobre las íes.

«Tengo mi conciencia muy tranquila», asegura. «Ese hospital está en pie gracias a nosotros. Si hubiera sido por las ideas de Blackwater y de los americanos, no quedaría más que una montaña de escombros». Un informe del Congreso de Estados Unidos dado a conocer en octubre pasado reveló que los mercenarios del mayor contratista de la seguridad estadounidense participaron en «operaciones tácticas militares» junto a las tropas estadounidenses y españolas durante los disturbios.

Asarta fue el hombre que plantó cara a los estadounidenses, que querían bombardear el centro sanitario para acabar con cinco o seis francotiradores apostados en las ventanas. «Para los civiles lo más fácil era mandar aviones, arrojar bombas inteligentes y dejar una montaña de tierra, pero nosotros sabíamos que estábamos más seguros con el hospital en pie y que además ayudaba a salvar gente». Los civiles de los que habla eran los mercenarios que daban protección a los militares estadounidenses en la base española. Sólo un muro de cuatro metros de altura separaba el centro hospitalario de los edificios adyacentes en construcción que ocupaba Al-Andalus.

Por dos veces ese día los estadounidenses quisieron bombardear el centro sanitario, pero el mando español exigió que sólo se diera apoyo aéreo con helicópteros Apache para evitar daños colaterales. «Luego vino el general Sánchez -al frente de la coalición en Irak- a pedirme explicaciones de por qué había renunciado a los F-16 (cazabombarderos»).

Las quejas del mando americano llegaron hasta el propio presidente del Gobierno, José María Aznar, a través de la ministra de Exteriores, Ana Palacio, según contaría después el jefe civil de la coalición en Irak. En su libro Mi año en Irak, Paul Bremer acusó a las tropas españolas de cobardes por haberse negado «vergonzosamente» a ayudar a los estadounidenses a defenderse de los ataques de los seguidores de Al-Sadr.