opinión

Somos Doscientos Mil | Violencia de género

Hoy es uno de esos días que se antojan interesantes, pues existen multitud de temas sobre los que escribir. Podría dedicar esta columna a las excelencias de este inicio de la Semana Santa; como también podría hablar sobre la inminente motorada que se pondrá en marcha el próximo lunes. Incluso había pensado escribir sobre la feria, pues mi lugar de trabajo está tan cercano a la misma, que puedo comprobar a diario el avance de los trabajos que se realizan en el Real.

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Sin embargo, debo abandonar lo festivo y pararme a pensar en otros temas de especial trascendencia que cada día pasamos por alto. El pasado viernes asistí, hasta bien entrada la madrugada, a una señora presunta víctima de lo que se ha dado en llamar violencia de género. Sin entrar en nombres o detalles, esta señora presuntamente habría estado sufriendo una serie de amenazas e insultos proferidos por su ex marido, al punto de que, en una de las ocasiones, éste compareció en el que fue domicilio conyugal portando una navaja de importante tamaño, evidentemente con no muy claras intenciones.

Obviando cuál pueda ser la resolución que los Jueces impongan en su día, debemos reflexionar sobre el particular vía crucis que padecen las víctimas de violencia de género, por muchas unidades policiales que se creen, por muchos protocolos que firmen los distintos estamentos, por muchos Juzgados especializados o por muchos euros que se inviertan en la causa. Esta Señora estuvo más de tres horas de reloj prestando declaración en las dependencia policiales, pues a la denuncia, es necesario unir la información de derechos a la víctima, la interminable encuesta que posteriormente permitirá definir y valorar el riesgo al que está sometida la Señora, así como otros muchos papeles que la misma, con una paciencia que el propio Santo Job envidiaría, tuvo que ir firmando por cuadriplicado, ignorando en muchas ocasiones sus contenidos.

Tras un fin de semana con el sueño literalmente perdido, la Señora compareció ayer lunes en las dependencias judiciales donde, tras prestar nuevamente declaración, ser de nuevo informada de cuantos derechos la asisten, y firmar otra centuria de papeles, ha salido con el miedo en el cuerpo, mientras él -su ex marido- lo ha hecho con una simple orden que le impide acercarse a 500 metros en su alrededor. Hasta dentro de un par de semanas no celebraremos el juicio en el que, con mucha probabilidad, al agresor se le impondrá una pena que no le exigirá entrar en prisión, así como la correspondiente orden de alejamiento, de la que existen tantas dictadas, que las Fuerzas de Seguridad del Estado se ven en la imposibilidad de su control.

¿Y todo ello para qué?, ¿realmente compensa contar tantas veces la misma historia, firmar tantos papeles y perder tantísimo tiempo cuando esta Señora tan sólo necesita que su ex marido la deje en paz?. En modo alguno puedo criticar a quienes participan en esta historia, pues si algo encuentra la Señora es cariño, mucho cariño y comprensión. Desde la pareja de Policías que acude en su auxilio hasta la Secretaria Judicial en cuya presencia declara. Lamentablemente el cariño no lo es todo y además se necesita que exista efectividad.

Como esta sociedad ha considerado que la violencia de género es un problema de tan grandes dimensiones, lo ha dotado de cuantos medios humanos, técnicos y profesionales tiene a su alcance, al punto de que la solución al problema se ha convertido en otro problema en sí. Hemos olvidado que estas situaciones sólo necesitan eficacia. Cuando la burocracia es tan patente como lo está siendo en la violencia machista, uno acaba terminando por comprender que una mujer quite la denuncia o no vaya a ratificarla, ante la perspectiva de seguir perdiendo horas entre dependencias judiciales y policiales, horas en las que su presunto agresor está más cerca que nunca.

Temo que mientras que en este país no se pare una campaña electoral porque han matado a una mujer víctima de violencia de género -como sí se hace con los asesinados por ETA- no nos daremos cuenta de la verdadera dimensión del problema. Mientras ello llega, puede que nuestras mujeres no duerman tranquilas, pero eso sí, lo hacen con dos toneladas de papel en su poder.