EL COMENTARIO

Ibarretxe, entre la espada y la pared

Ayer recordaba la prensa de Madrid que Joseba Egíbar, cabeza visible del sector más radical del PNV en la línea de Xabier Arzallus, había propuesto convertir el 9-M en un plebiscito por el procedimiento de presentar a las elecciones una única candidatura conjunta de las tres formaciones del tripartito más Aralar con la propuesta de Juan José Ibarretxe como programa. El presidente del PNV, Iñigo Urkullu, se opuso, pero de no haberlo hecho, la derrota de la propuesta hubiera sido estrepitosa: PP y PSOE (12 diputados en Euskadi) han doblado exactamente el número de escaños logrados por las citadas cuatro formaciones (6).

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Lo sucedido el 9-M en Euskadi es bien expresivo: el PSE-PSOE ha ganado en el conjunto de la comunidad autónoma, en las tres provincias -incluso Vizcaya, el feudo tradicional del PNV-, en las tres capitales y en las principales localidades del País Vasco. La habilidosa política de Rodríguez Zapatero ha conseguido que el PSOE fagocite a quienes le han brindado su apoyo a lo largo de la legislatura: IU y ERC han perdido incluso su grupo parlamentario, y el PNV, que fue su sostén en la última parte de la legislatura, se encuentra en una situación francamente apurada: tan descabellado sería para este partido mantener la convocatoria del referéndum ilegal de octubre como poner en marcha las elecciones anticipadas alternativas con las que amenazó Ibarretxe, y que, en las actuales circunstancias, podrían desalojar incluso al PNV de las principales instituciones vascas.

Ante semejante dilema, Ajuria Enea mostró en primera instancia cierta inflexibilidad, pero otras voces lanzan ya signos de haber asimilado la situación. Urkullu ha dado a entender que todo puede negociarse y el senador Iñaki Anasagasti, todavía influyente, ha sido bien expresivo en este mismo sentido revisionista. Y ayer mismo, el propio Ibarretxe ya reconocía que Zapatero y él están «condenados a entenderse» porque este año 2008 ha de ser el del «desbloqueo político». De hecho, el PNV podría encontrar una salida razonable al callejón sin salida del órdago lanzado por Ibarretxe en un acuerdo con el PSE, no sólo de legislatura para la estabilidad parlamentaria en el Congreso de los Diputados durante el cuatrienio (ambos partidos, PSOE y PNV suman exactamente la mayoría absoluta de la cámara baja), sino también encaminado a efectuar una reforma del Estatuto de Autonomía sobre el trasfondo de la reforma catalana, que pronto adquirirá firmeza.

El nacionalismo, que tiene siempre sus inescrutables elementos mágicos que dificultan la aprehensión racional de sus designios, suele sin embargo volverse realista y pragmático cuando ve que los vientos soplan de proa y puede perder el poder, por lo que cabe suponer que terminará entendiendo, con más o menos esfuerzo, que no tiene en Euskadi otro camino practicable que el mencionado, la renuncia a sus veleidades radicales y el entendimiento pacífico con el PSE.

Por decirlo más claro, el PSOE menos jacobino que es el que representa José Luis Rodríguez Zapatero arrastra a sectores significativos del nacionalismo más templado. Lo cual, evidentemente, restablece equilibrios estatales muy importantes, fortalece una visión moderna del Estado de las Autonomías, da consistencia a las estructuras comunes y debilita a quienes, legítimamente, abogan por la secesión o por fórmulas confederales disolventes y dudosamente constitucionales.

Sería sin embargo un error que esta alianza PSE-PNV, que tiene visos de prosperar, supusiera la incomunicación entre CiU y el PSOE, partidos que deben reanudar una relación leal como la que siempre existió entre la formación nacionalista y el partido gobernante en Madrid, salvo en la legislatura anterior en la que Cataluña hubo de pechar con la anomalía de una ERC sobredimensionada. Pero tampoco tendría sentido que esta cooperación frustrase la oportunidad de que Euskadi, que ha dejado ya muy atrás la etapa descabellada y confusa de Lizarra, avance hacia una normalización que sin duda contribuiría a finiquitar policialmente la excrecencia patológica de una ETA cada vez más exhausta.