Opinion

Tiempos nuevos

Con una participación muy semejante a la de hace cuatro años, PSOE y PP han vuelto a quedar separados por los mismos 16 escaños en beneficio de los socialistas. Marraron entonces las encuestas, que ahora han previsto con bastante acierto los resultados reales, pero al observador no avisado podría parecerle que todo sigue aproximadamente igual. Y es obvio que se equivocaría: entramos en unos tiempos nuevos que abren a la ciudadanía expectativas bien diferentes.

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La principal mudanza con respecto al 2004 -al margen de las condiciones de contexto, bien distintas- es que el Gobierno que formará Rodríguez Zapatero es dueño de su hoja de ruta, que ya no estará condicionada por un proceso externo de reforma estatutaria ni incluirá la tentativa de abrir un 'proceso de paz' con el terrorismo. En la cuestión territorial, todo invita a que, una vez renovado cuanto antes el Tribunal Constitucional, éste dicte una inteligente sentencia interpretativa que acabe de encajar el Estatuto de Cataluña en el marco multilateral del modelo cuasi federal que ha de constituir la versión definitiva del Estado de las Autonomías, pactado con el PP.

Y con respecto al 'problema vasco', sólo la obstinación po-dría impedirle ver a Juan José Ibarretxe que su ciudadanía ha desautorizado su proyecto plebiscitario: el PSE ha ganado al PNV en el Congreso, en el Senado, en las tres provincias -también en Vizcaya, asombrosamente-, en las tres capitales y en la mayoría de las grandes ciudades; además, EA ha perdido su escaño en Madrid. Y por supuesto, ETA ya sólo constituye hoy por hoy un problema policial.

Excluidos, pues, de la agenda estos dos asuntos, que consumieron en la legislatura anterior gran parte de las energías y suscitaron las principales confrontaciones parlamentarias, puede decirse que podemos estar en vías de lograr la normalidad, es decir, de construir una dialéctica parlamentaria en la que predomine el debate creativo PP-PSOE y que verse sobre los grandes asuntos de Estado, corrientes o extraordinarios, que requieren inminente atención. Ello vendrá facilitado por la propia estructura del Parlamento: el PSOE, con sus 169 diputados, no ha de tener dificultades para conseguir la estabilidad parlamentaria en una Cámara en que las minorías han adelgazado extraordinariamente hasta el extremo de que 322 de los 350 escaños son populares o socialistas. Es probable que el PP abra una crisis interna que podría dar lugar a una renovación de su cúpula dirigente, pero ello no debería impedir la inauguración de un nuevo modelo de relaciones políticas más fecundo y menos desabrido en el que las dos grandes fuerzas cooperen de buena fe.

La cuestión hoy por hoy más perentoria es la crisis económica, que habrá que afrontar con decisión y cooperativamente con los agentes sociales. Pero también será preciso renovar con urgencia las instituciones de extracción parlamentaria, reconstituir el consenso antiterrorista, promover un pacto educativo, buscar aproximaciones en materia de política exterior e inmigración y, a medio plazo, acometer con prudencia y decisión una reforma constitucional que cada día es más inaplazable. En definitiva, no resultaría soportable que la política no redujese sus inaceptables grados de tensión interna una vez asimilada la gran conmoción del 11-M, que, en el fondo, fue la causa de la crispación invivible de la legislatura anterior.