Jerez

Botellódro-mos y bote- llódromos

CALLE PORVERA No seré yo el que critique ni defienda la guerra que tiene montada un determinado sector de la sociedad del País Vasco. Ellos sabrán, pero una cosa no quita la otra, y muchas ciudades del país deberían aprender alguna que otra lección de San Sebastián. Es sólo un pequeño ejemplo, no sólo de diversión, sino también de educación y civismo. El recinto, el comportamiento y la seguridad que ofrece el lugar que el Ayuntamiento donostiarra ha servido para levantar el veto de la bebida alcohólica callejera.

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Hace una semana tuve la posibilidad de toparme con el citado botellódromo. Uno andaba por la capital de Vizcaya dando un nocturno paseo por la linda playa de La Concha, cuando el despiste del foráneo me llevó justo al recinto en el que se podía beber alcohol libremente en la calle. Acostumbrado al infierno al que en Jerez se le llama botellódromo, aquel lugar me pareció el paraíso. Odiosamente, no me quedó más remedio que comparar, y comprobar que, al menos en ese sentido, los consistorios de Jerez y San Sebastián se encuentran a años luz. Primero, por la enorme diferencia a la hora de seleccionar un lugar en una ciudad u otra, ya que estamos hablando de un puerto deportivo junto al principal paseo marítimo -allí- y un descampado debajo de un puente que durante el resto de la semana sirve para dar cobijo a los coches del amor -aquí-.

Pero lo que más me llamó la atención fue esa patrulla de la Ertzaintza, que lejos de recriminar nada, paseaban y, con una sonrisa en el rostro, recordaban a los presentes que debían recoger las bolsas y botellas al acabar: «Chavales, no olvidéis tirar toda la basura a los contenedores. ¿Ya habéis acabado con esas botellas? Venga, esta las tiro yo». Y -algo que mí mente no alcanzaba a imaginar en Jerez- el policía cogía los plásticos y los vidrios y los metía en la basura. Grupito por grupito la escena se repetía. Igualito.