EXPERIMENTACIÓN. Israel Galván bailó sobre (y también en el interior) de un ataúd, una escena cargada de simbolismo que impactó al respetable. / TAMARA SÁNCHEZ
Cultura

Todo final tiene un principio

Israel Galván vuelve a impresionar con una visión apocalíptica trasladada a su estética

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«Imagina que esto del ataúd lo hace otro. Lo fusilan vivo, pero como es Israel Galván...», me dijo un aficionado a la puerta del teatro. «Lo que tienes que ver -le respondí- es si ese otro, o esos otros, tienen los fundamentos necesarios, los cimientos técnicos, el conocimiento preciso de las formas antiguas y modernas para atreverse a proponer y materializar una obra de estas características». Ésa es una de las virtudes de Israel Galván. El sevillano volvió a transgredir pero con conocimiento de causa. Sólo el que conoce el principio puede llegar al final, al final de las cosas que, trasladado al baile, puede ser un paso dentro del pijama de madera. Israel no deja indiferente. Ni todo lo contrario. Pero sabe lo que hace por muy excéntrico que nos pudiera parecer de una simple mirada. Y es éste el error de acudir a una de sus representaciones.

Todo comienza en la isla de Patmos. Juan se dispone a escribir un Apocalipsis que comienza con la cólera. Israel baila sobre la arena, con la máscara que todos llevamos. La cólera que lleva, hoy día, al bombardeo sobre El Líbano que una alumna suya recuerda haciendo pasos sobre una grabación de tiros reales en una ventana de Oriente Medio, mientras medio mundo duerme la siesta. Israel se rebela. Utiliza su baile como argumento contestario y no puede permanecer impasible. «La muerte es más fuerte que el baile», se proyecta sobre el escenario. Todo gira hacia la muerte. Y ése es el mensaje central de esta obra de Galván. Como el cura que pone la ceniza, pero con botas de bailar. La muerte zapateando.

Hay mucho viaje a lo último y se inicia con unos villancicos en la romería y una salve rociera en Navidad. Ya nada es lo que parece. La vida y la muerte juegan al esconder e Israel lo interpreta a golpe de tambor. Caricaturiza.

Nada mejor que la siguiriya para expresar «este estado final de las cosas», el grupo de heavy Orthodox mezcla el metal con la cuaresma. Terremoto encima de ellos canta saeta, siguiriyas y martinete, la toná del Cristo, mientras Galván sugiere con movimientos eclépticos, esquemáticos, figurativos sobre un estrado que se mueve y sobre carcasas de cd´s. Pero hay sentido de lo que quiere contar. Es la destrucción a través de la deconstrucción de la danza lo que se quiere narrar. Y se narra.

Va llegando la hora. Y el argumento se hace sobre la base del oxímoron. La vida se narra con la toná más trágica, la muerte con sonrisas. Diego Carrasco hace una transición de lujo con la liviana y la caña para citar a los cuatro jinetes cuando aparece una panda de verdiales. La aparente algarabía, suenan cantiñas, trae tres ataúdes. Bobote hace una filigrana. Hay compás sobre la madera final. Se baila dentro con espacios imposibles. Puede que la muerte sea la fiesta y la vida, la tragedia. Eso nos bailó Israel anoche. Un final que sólo pueden contar los que conocen muy bien el principio.