Editorial

Encrucijada demócrata

La victoria de Hillary Clinton en las elecciones primarias de Ohio, Texas y Rhode Island que ha contenido el fulgurante ascenso de su rival Barck Obama coincide con el desenlace en el campo republicano donde John McCain se aseguraba, en la misma jornada, la investidura como candidato y el apoyo pleno del partido que le permitirá preparar con calma el equipo que diputará a los demócratas la Casa Blanca.

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El ajustado reparto de delegados entre Hillary Clinton y Barack Obama, por el contrario, perfila una intensa batalla que podría prolongarse hasta prácticamente la antesala del verano y no resolver la investidura hasta la propia Convención del partido de modo que su enconada rivalidad, puede acabar restando fuerzas, en lugar de sumarlas, y proporcionar al adversario republicano una apreciable ventaja de partida. El admirable ejercicio de democracia sin limitaciones que están ofreciendo Clinton y Obama dentro de un partido muy plural y especialmente motivado por la oportunidad que les ofrece el final de la era Bush de protagonizar la renovación del país, explica la fuerte competencia entre ambos candidatos. Pero si ninguno de los dos se aviene a ceder en la pugna, el efecto negativo podría debilitar las opciones demócratas de derrotar a McCain. La poderosa fuerza que emerge de la novedad que personifican Hillary Clinton como la primera mujer que podría ser presidenta o de Barack Obama como icono del cambio y la esperanza de una minoría racial, podría tambalearse si no se apresuran a sumar sus fuerzas frente a un veterano del Vietnam que, a su carisma de excombatiente, añade un apreciable perfil centrista y una extensa experiencia legislativa donde ha dado pruebas de su independencia frente al establisment.

El balón de oxígeno de Texas a Clinton puede ser un regalo envenenado al campo demócrata porque ha reforzado a la candidata frente a las presiones de sectores de su partido para que fuera pensando en sumar sus fuerzas a las de Obama. Además, el próximo asalto en Pensilvania, reproducirá en toda su crudeza una competición en la que los dos candidatos demócratas lucharán entre si en clave negativa intentando desacreditar al contrario y acumulando un previsible deterioro de sus relaciones que puede llegar a hacer inviable, en su momento, la formación de un equipo creíble y cohesionado.