Cultura

Andrés marín, fiel a su estética

'El Alba del último día' rememora los cafés cantante bajo un prisma conceptual y esquemático

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Podemos afirmar que Andrés Marín es un clásico de la vanguradia, aunque sendos términos pudieran parecer antagónicos. Y no sólo porque en sus obras lo moderno y lo antiguo se están abrazando de modo continuo. También porque son muchos años los que Andrés, con toda la honestidad del mundo, se sitúa en la avanzadilla representada por aquellos intérpretes que basan su filosofía en la exploración de nuevas posibilidades estilísticas y escenográficas.

Su apuesta es minimalista y conceptual, que resuelve con movimientos esquemáticos no exentos de dificultad, pues se aleja de cualquier exhorno gestual pra ir al epicentro de su propio lenguaje, que en muchos casos coincide y es devocionario de ciertas posturas que podríamos bautizar como galvánicas, en atención a su paisano Israel.

La puesta en escena, muy cuidada por cierto, está extraordinariamente enriquecida por dos grandes cantaores: José Valencia y Segundo Falcón, que dotaron a la obra de un peso artístico muy notable.

Una voz en off de Pepe Marchena inicia el discurso central de la obra sobre la conocida etapa de los cafés cantante y la riqueza que supuso para este arte. El bailaor situa la escena justo en los días finales de estos recintos, muy cercanos al inicio de la guerra civil. Una proyección de vídeo destapa la realidad actual de aquello: cafés, como el Kursal, Chinitas o el Suizo, donde se desenvuelve el espectáculo, son hoy Zaras y Burgers Kings. El artista retrata ese pesimismo bailando al silencio, con posturas geométricas y cascabeles en los pies creando una ambientación intimista. Las tonás refuerzan lo introspectivo. Es el final de un etapa gloriosa. La primera parte finaliza con un Falcón inspirado en la soleá de corte trianero y tintes marchenistas que remata con la soleá de Silverio que nos ha llegado por Pepe Matrona.

Sigue el silencio. A veces, aliado a la oscuridad de la caja escénica, resulta demasiado denso. Plúmbeo. Surge la siguiriya y Andrés se sube a una plataforma para bailarla, al son de un pandero. El artista del café cantante se asemeja a la mariana de la copla. José Valencia se muestra espléndido en la variante del Fillo.

En los cafés cantante el flamenco no era género monopolizador, compartía números con variedades y cine mudo. Una larga transición al piano nos recuerda a Charlot y se va haciendo algo de luz. Málaga es más diáfana. Se oye el polo de Tobalo y la variedad verdial, aparece el torero como fijo de este tipo de garitos y los dos cantaores certifican su calidad con la malagueña de Manuel Torre, porfiada y compartida . Pero la puesta en escena recurre de nuevo a la sobriedad, se ralentiza demasiado, se necesita algún contapunto, pero no llega y el baile se hace demasiado lineal. Llegan los días finales y la taranta de Cepero para fundirse con el piano y seguir con el compás líquido de Coronel. Los tangos son subyugados por la última toná. El café se cierra para siempre y allí estaba Marín para contarlo a su forma.