TOROS

Mas toros que mantillas

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En valiente desafío a las negras inclemencias que, horas antes de comenzar el festejo, se ceñían sobre la plaza, una profusión de botas camperas e impolutos trajes de corto fueron poblando la arena. El riguroso desfile del paseíllo llegaba a su fin, y lo hacía entre la densidad de un poderoso y extraño silencio. Daba así comienzo lo nunca visto, una corrida de toros sin banda de música.

Un festival taurino que, más allá de paridades y traspasado todo sistema de cuotas, presentaba un singular cartel donde todos sus actores pertenecían al género femenino. Dos rejoneadoras y cuatro novilleras se anunciaban en este espectáculo benéfico denominado «Toros y mantillas», con el que se dignifica la fiesta, a la vez que se intenta reivindicar el olvidado uso de esa prenda femenina, tan castiza y española. Pero, en contra de lo que pudiera pensarse, los animales que se lidiaron fueron novillos y erales machos, no vacas, como la exclusividad femenina del cartel parecía determinar.

Abrió plaza la rejoneadora Julia Calviere, que prendió con solvencia sendos rejones a un manso de Villalobillos. Aculado éste en tablas, se afanaba Julia en sacarlo de su querencia con un gran toreo a caballo, cuando, por fin, irrumpieron rotundas, luminosas, las alegres notas de un pasodoble torero. La banda, aunque tarde, había llegado. Sus acordes, ya podrían aromar de fiesta el aire, ya colorearían de vivos tonos la gris y circunspecta tarde de febrero. Con un fondo musical recién inaugurado, Julia Calviere completó un excelente tercio de banderillas y dejó muestras de su facilidad rejoneadora.

Garbosa planta de torera posee la madrileña Ana Infante, que no perdió la composura ante un duro y cuajado ejemplar de Zalduendo, que recibió dos varas en toda regla.

Faena intensa

Fue una faena intensa, una emotiva lid, en la que Ana se hizo con su enemigo cuando acertó a bajarle la mano y a ligar los muletazos. Con un metisaca y una gran estocada puso fin a su notable actuación. Si por seria sorprendió la presencia de aquel novillo, el tercero de Fuente Ymbro contrastaba por todo lo contrario. De escaso trapío y feas hechuras, no llegó a entregarse en el primer tercio. Sin embargo, se reveló pujante y repetidor en el trasteo de muleta. Ahí Sandra le plantó cara y obtuvo pasajes de extraordinario mérito. Con la franela siempre baja y rematando con donosura atrás, cuajó grandes tandas de naturales. Muy centrada y muy templada, la jerezana cuajó una lucida actuación, en la que superó con creces la inicial incomodidad de su oponente. Unas manoletinas postreras dieron paso a un metisaca en los bajos y a una estocada desprendida.

Un excelso interludio ecuestre, a cargo de la rejoneadora Noelia Mota, elevó aún más, si cabe, el sobresaliente tono artístico del festejo. Con palpitante y sosegado galope, atemperó la encendida embestida de la res. Tras clavar dos rejones de castigo, el de Los Espartales perdió parte de su acometividad inicial y obligó a plantear un tercio de banderillas en el comprometido terreno de su querencia. Mas no se amedrantó por ello Noelia.

Pureza en las suertes

Antes al contrario, dejó venir mucho al toro, entró en su jurisdicción y realizó con pureza todas las suertes. Prendió banderillas, largas y cortas, en todo lo alto, ora al estribo, ora al violín. Y, acorde con lo femenino de la tarde, regaló la imagen poco usual de calzar a su caballo con tobilleras de color rosa, que conjugaban, además, con el rosa del papel que vestían sus banderillas. Un rejón de muerte certero puso rúbrica a una gran actuación. La desigual presencia de los astados alcanzó su punto de máxima inflexión con la aparición en el ruedo del escuálido eral de Torrestrella, que hacía quinto. Demasiado pequeño en comparación a lo que hasta entonces había salido, rompía de forma abruptala armonía en trapío del espectáculo.

Temple y armonía

Afanosa se mostró Vanesa Montoya en las verónicas de recibo y compuso con majeza la figura en los muletazos en redondo que instrumentó al animal. Aunque de escasa presencia, es regla obligada en tauromaquia no perderle nunca la cara a un astado. Ésto le ocurrió a Vanesa y fue contundentemente volteada. Repuesta del susto, cuajó dos tandas macizas de naturales a pies juntos, abrochadas con bellos pases de pecho. Con sabor y torería, la torerilla gitana desplegó su gracioso repertorio compuesto de destellos e improvisada inspiración.

Temple y armonía en el trazo demostró Verónica Rodríguez con el noble eral de Vegahermosa que cerraba plaza. Bien colocada, daba la distancia justa y ligaba los pases sin enmendar terrenos. Sorprendió la frescura y la naturalidad de esta joven murciana, que apuntó detalles de consumada estilista con la muleta.

Y el festival «Toros y Mantilla» llegó a su fin con el triunfo clamoroso de las seis toreras anunciadas. Sin necesidad de obligadas paridades, la mujer reivindica así que su papel en la fiesta se halla más cercano al toro que al de percha pasiva y admirada de una mantilla.