VIDA Y OCIO

El Maestro Liendre | Cada hijo de vecino

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Uno de esos magníficos reportajes que sueltan a las dos de la mañana, como si trataran de eludir la censura, recuperaba hace días en TVE una pequeña gran historia. El documental reparaba en el 40 aniversario de la fundación del movimiento vecinal en España. La fecha se celebraba a mediados de este mes, cuando se cumplían cuatro décadas desde que, en 1968, con el franquismo ya próximo a bajar a por tabaco, una asociación de vecinos, con fines representativos de una comunidad de residentes en la periferia de Madrid, fue aceptada en el registro. mismo documental -al estilo de Informe Semanal, pero más extenso- daba voz a los que fueron fundadores, recordaba las primeras protestas (¿por el precio del pan!) y trataba de aclarar la evolución del movimiento vecinal hasta el presente, con sus pioneros ya canosos y descreídos, o con los últimos casos de queja mayoritaria de vecinos, como el de Salamanca contra una descomunal subida de impuestos municipales. Mostraba cómo lo mejor de la Iglesia, la izquierda, los sindicatos y la derecha más sensata supo colaborar en los barrios para que los ciudadanos se organizaran en lo que debe ser la cocina, siempre abierta y activa, de una sociedad democrática medianamente sana y decente.
A la vista de ese trabajo periodístico, social o político (cuando se hace bien, son la misma cosa) era imposible eludir una pregunta. ¿Qué ha sido del movimiento vecinal en Cádiz en esos 40 años? ¿en los últimos 20, al menos?

El balance de aquí

La respuesta es descorazonadora, porque está compuesta, sobre todo, de asombro, sospecha y silencio. Resulta injusto y mezquino ignorar el trabajo y el compromiso de representantes vecinales de Santa María, de Hesle, de algún talludo héroe del Mentidero, de Gallardo -pese a todo- y de resistentes de Segunda Aguada, Jerez, Barbate o El Puerto. Ellos han puesto en peligro su tranquilidad, su equilibrio familiar, su nómina o su careto para tratar de reclamar mejoras, protección o beneficios para los que viven a su alrededor. Pero las honrosas excepciones individuales nunca compensan la sensación que transmiten las mayores estructuras del movimiento vecinal en Cádiz, sus grandes organigramas, asociaciones y representantes (si así pueden llamarse). Esa imagen es el adocenamiento, el arribismo, la pachorra, el servilismo y la hipocresía.

Los gaditanos que tengan un mínimo sentido de la autocrítica y desprecien la costumbre de mentirse recordarán muy pocas movilizaciones, muy pocas protestas, muy pocos gritos salidos de los grandes colectivos vecinales. Cualquiera puede llegar a la conclusión de que las mayores siglas del movimiento vecinal en Cádiz están dormidas, anestesiadas, oxidadas y paralizadas, cuando no manipuladas por uno de los dos grandes partidos (al PSOE se le da algo mejor). Esta sensación de omisión, de que guardan demasiado silencio y hablan con una voz demasiado baja o dicen lo que les interesa (nunca lo que interesa a sus convecinos) resulta mucho más cabreante cuando se contemplan las cifras que muestran cómo se vive en la provincia.

Si en algún lugar de España hay motivos para rebelarse y gritar, para incordiar a los dirigentes cual moscas cojoneras, para manifestarse cada diez minutos, para organizar protestas y actos colectivos, ése es este pequeño cono sur de la Península en el que coinciden los peores servicios, las peores infraestructuras, los peores niveles de renta, las mayores cifras de paro, mortalidad y fracaso escolar.

Si en Salamanca están todo el día en la calle, si en Cataluña han conseguido que toda España considere un drama sus carencias ferroviarias, qué no tendríamos que hacer en esta tierra. Incluso el fenómeno de los asustaviejas (que aquí languidece entre la falta de denuncias, la creencia de que fue un mito y la obscena prosperidad de sus promotores) ha recibido el respetable apelativo de «acoso inmobiliario» cuando ha llegado a Barcelona. Allí ha merecido tirones de orejas serios de la ONU y la Unión Europea (nada menos). No creo que los viejos catalanes valgan más que los gaditanos. Será que ellos protestan más y mejor, se agrupan más y mejor, saben usar los medios de comunicación más y mejor o tienen dirigentes vecinales y articulistas que dicen lo que deben.

No como los de aquí, los nuestros, que dicen lo que les conviene, según sea el PSOE o PP el que les facilite la vida.

Hueco aprovechado

Salvo las habas contadas (y mencionadas en parte), el movimiento vecinal en Cádiz parece reconvertido en una agencia de colocación para los afines, en una obediente sucursal sectaria y en una plataforma para que algunos satisfagan pequeñas necesidades o protagonismos. La cara se pone colorada -en vez de la cabellera- al ver cómo algunos de sus líderes sólo aparecen para hacer reverencias al responsable municipal o autonómico de turno, siempre con un fotógrafo delante.La tópica indolencia del gaditano tiene, en este fundamental apartado, un ejemplo claro y real. Lo más doloroso es que vecinos somos todos. Si permitimos que nos representen estas personas es porque, los demás, ni siquiera queremos aparecer por las reuniones de la comunidad, porque es más fácil creer que los políticos en campaña nos harán toda la tarea. Les dejamos el hueco a los que se aprovechan de él, no cumplimos con nuestra parte y, cuando te quieres dar cuenta, hemos perdido 40 años.