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Javier Arenas, que lleva con elegancia su poco esperanzado sino andaluz, reflexionaba atinadamente estos días sobre una evidencia: ha sido tan intenso el debate a lo largo de la legislatura que deben ser bien pocos los indecisos que todavía no se han formado una opinión cerrada y dudan todavía del sentido que imprimirán a su voto.

Sucede sin embargo que esta suposición certera no resta un ápice de valor a la campaña electoral que ha arrancado esta medianoche porque, al mismo tiempo, parecen ser tan similares en número las clientelas de los dos principales partidos que nos movemos en los márgenes de lo que los sociólogos llaman un «empate técnico», de forma que resultará probablemente decisiva esta disputa final de los votos que llevarán a cabo los candidatos a lo largo de las dos semanas que restan hasta el 9-M.

Asimismo, pueden ser relevantes los dos cara a cara que mantendrán Rajoy y Zapatero, por más que la experiencia demuestre –en España y fuera de España– que no siempre quien gana los debates gana las elecciones.

Apenas en los últimos días, PSOE y PP, por este orden, han publicado tardíamente sus programas, que están colgados de sus páginas de Internet. Son voluminosas propuestas de más de 300 páginas que aunque tendrán escasísima audiencia, se convierten de hecho en verdaderos contratos con la ciudadanía.

Ya desde 2004, el hecho de que estos documentos estuvieran constantemente accesibles les ha otorgado un valor inédito, de forma que ya no puede decirse, como afirmaba irónicamente Tierno Galván, que los programas electorales se escriben para no ser cumplidos.

De hecho, el PSOE ha seguido con plausible rigor su programa a lo largo de esta legislatura que concluye, lo que no deja de ser sorprendente si se piensa que aquel texto fue escrito cuando ni una sola encuesta presagiaba que podría ser llevado a la práctica. De cualquier modo, es claro que los líderes lucirán estos días las caricaturas de sus respectivos programas, para marcar tendencias y reclamar el voto a partir de sugestiones elementales.

Y es que, en realidad, lo que está verdaderamente en juego no es la ubicación final de los actuales indecisos -que ponderarían cuidadosamente las ofertas de las fuerzas políticas antes de dejar de serlo- sino el grado de movilización general del que depende la participación final.

Los expertos politólogos que se dedican a la sociología electoral comparten en términos generales la tesis de César Molinas, según la cual si la participación es alta -cercana al 76% de 2004- significará que ha ido a votar «la izquierda volátil» y el PSOE podrá formar gobierno; por el contrario, la abstención masiva de estos sectores poco activos que se sienten de izquierdas, pero poco afectos al partido socialista, daría oportunidades al PP de Rajoy.

Esta teoría, de ser adoptada rigurosamente por las partes, nos llevaría a una situación poco menos que absurda: el PSOE habría de intentar inflamar la campaña para movilizar al país con disyuntivas dramáticas, en tanto el PP debería rebajar el perfil de su proselitismo para dar la impresión de que nada importante está en juego...

Obviamente, ni las fuerzas políticas podrían ajustarse a este guión esquemático puramente táctico, ni la realidad es tan sencilla que pueda resumirse en una pauta lineal de este estilo. De hecho, quienes creemos en el buen sentido del cuerpo social y hemos constatado con rigor que la ciudadanía ha votado en cada ocasión con una inteligencia incuestionable (que en muchas ocasiones se ha visto con claridad después, cuando la distancia ha permitido disponer de suficiente perspectiva en el análisis), no tenemos más remedio que confiar en que serán los argumentos racionales y no las tácticas subrepticias las que inclinarán la balanza a uno u otro lado.

En realidad, estamos ante una coyuntura de incertidumbre económica que obliga a los partidos a actuar con prudencia porque nadie sabe realmente cuál será la evolución mundial de la socioeconomía en los próximos meses. De ahí que sean peligrosas las subastas entre partidos, que fácilmente pueden incurrir en la más burda demagogia, bien perceptible por el cuerpo social.

En consecuencia, y aunque las propuestas concretas tendrán sin duda un valor en la formación del voto, lo más relevante será el estilo, la impronta, la gestualidad, la capacidad para generar confianza que exhiban los líderes.

Unos líderes que hasta ahora merecen valoraciones muy distintas en las encuestas pero que tendrán ocasión de exhibirse frente a frente ante toda la ciudadanía. La suerte está, pues, definitivamente echada.