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El amor por el coleccionismo en la Historia

Qué hubiera sido del hombre sin caprichosos coleccionistas es una pregunta imposible de plantear. De ellos ha dependido aquello que llamamos Cultura, la estructura del pensamiento, la mirada del hombre occidental. Desde la Roma Imperial hasta la último gran despliegue de ARCO en Madrid, el ser humano siempre ha encontrado razones para acumular las creaciones del genio ajeno, para emocionarse con ellas y hacerlas suyas. Si algunos como Cosme de Médicis lo hacían por prestigio y otros como el emperador Adriano por mero placer estético, los siglos venideros ampliaron el espectro del arte privado y el siglo XX la posibilidad de hacer del arte una buena manera de deducir impuestos.

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Algunos nombres de la historia de la afición por el arte fueron los Médicis, el Papa Julio II, benefactor de Miguel Ángel o, ya en estos tiempos, la glamurosa Peggy Guggenheim; los Rothschild y su colección robada por los nazis; Richard Wallace o el barón Thyssen. Son los nombres propios de una pasión que marcó para siempre el universo de la creación.