SECESIÓN. Un grupo de niñas pasa junto a un mural que reivindica la independencia.. / AFP
MUNDO

Los últimos serbios de Kosovo

«En diez años desapareceremos», dicen los vecinos de Strpce, el enclave más alejado de Serbia, que se niegan a vivir en el nuevo Estado que probablemente nacerá el día 17

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La independencia de Kosovo está cerca, parece que será el día 17, y ellos son los serbios que están más lejos de Serbia. Ahora se sienten rodeados de enemigos, pero en teoría Kosovo empezará a ser su país. Strpce y las otras aldeas del valle de Brezovica, cerrado por las montañas de la frontera con Macedonia, tienen Belgrado a ocho horas de autobús. Tras el puesto de las tropas ucranianas de la OTAN (KFOR), a la entrada del pueblo, entran en suelo albanés. Sólo vuelven a sentirse en casa en Mitrovica, en la otra punta de Kosovo, al cruzar el puente.

Mitrovica, la ciudad partida en dos -albaneses al sur del río, serbios al norte- es la frontera no oficial con Serbia. La oficial está a media hora en coche. Entre los escenarios posibles tras la independencia, uno probable es que esta esquinita, 60.000 vecinos, anuncie a su vez la secesión de Kosovo para unirse a Serbia. Pero en el resto del territorio quedan desperdigados otros 60.000 serbios en pequeños enclaves. Para ellos sólo queda un futuro en Kosovo, con dos millones de albaneses. Y no lo quieren. «La gente empezará a irse, dentro de diez años desapareceremos», dicen Zjelko, de 25 años, Zoran y Borisav, de 32, tres jóvenes del pueblo. Y en teoría, ellos son el futuro. Gracias a un programa de Noruega, unas 30 familias del valle se han ido a este país, y lo mismo pasa en Gracanica. Otros vecinos están vendiendo tierras a albaneses. «Les ofrecen mucho dinero», lamentan.

Desobediencia civil

De los 225.000 serbios que huyeron en 1999, al perder la guerra, sólo han vuelto un 7,3%, según ACNUR. Los que quedan dicen que se irán, pero de hecho ya no viven en el actual Kosovo, administrado por la misión de la ONU (UNMIK) desde 1999. La minoría serbia habita en un mundo parelelo, con escuelas, sanidad, correos, tribunales y ayuntamientos propios. Pagados por Serbia. Tienen dos documentos, el de UNMIK y el serbio. Dos matrículas del coche, para poder salir de los enclaves con la albanesa. Aún reciben dos pensiones. Belgrado paga y financia la desobediencia civil serbia. Ellos boicotean las instituciones de Kosovo y no participan en las elecciones. Crearse un mundo paralelo es lo mismo que hicieron los albaneses en 1993, como respuesta a la purga de 115.000 funcionarios de esta etnia de Milosevic.

Desde que les llegó la hora de la revancha en 1999, los serbios han huido de las ciudades y se han compactado en pequeños núcleos rurales. Strpce ha aumentado su población en 2.000 personas. Gracanica, en 10.000. Hablando con unos y con otros, la incomprensión permanece inalterada. Miran en dirección contraria. Los albaneses, al futuro, prometedor. Los serbios, al pasado, que por una peculiaridad histórica suya también es prometedor. Les dice que Kosovo, cuna medieval de Serbia, será siempre suyo. «Los albaneses están empeñados en que aceptemos esta nueva realidad, entre comillas, pero si ahora nos tratan mal, imagina luego», dice Borisav. Los serbios enumeran ataques sufridos desde 1999, con 1.000 muertos y 1.500 desaparecidos. Citan un goteo de episodios, desde la matanza de 14 campesinos de Staro Gracko en 1999, con la guerra aún caliente. Para la gente de Strpce termina en la entrada del pueblo. En marzo de 2004, en la peor ola de violencia desde la guerra, mataron a dos serbios cerca del puesto de KFOR.

La erosión de identidad que sienten los serbios es cotidiana, con los síntomas clásicos: les cambian la topografía, los niños albaneses ya no hablan serbio,... Los montes Shara que dominan el valle ahora se llaman Alpes Albaneses. La UNMIK reprocha a los serbios que no colaboran, pero Borisav cuenta la historia burocrática demencial de cómo ha intentado recuperar su casa de Urosevac. En esta ciudad había 7.000 serbios hasta el verano de 1999. Ya no hay ninguno. «El 17 de julio vinieron dos soldados y dijeron que no querían vernos allí al día siguiente», recuerda. Hicieron lo mismo con todos los vecinos serbios de la escalera. Lo perdieron todo. Borisav logró hace un año que se fuera el ocupante ilegal. La puso a la venta, muy barata, y encontró comprador. Pero la compañía eléctrica le exige 2.000 euros en facturas de estos nueve años. No los tiene. «He intentado todas las vías legales, si eres serbio las instituciones se desentienden», concluye.

Los serbios empiezan su relato en el ahora y siguen con lo que pasó tras la guerra. Luego saltan la guerra y se remontan más allá, al pasado. Y empieza la lección de historia, como siempre en los Balcanes. Pero no hablan de la guerra en Kosovo, que terminó hace nueve años: dejó 12.000 muertos, la mayoría albaneses, tras la limpieza étnica de las tropas y la Policía serbias. Sólo en la primera gran operación de agosto de 1998 quemaron 45.000 casas, según Human Rights Watch. Lo paradójico es que los albaneses tampoco hablan de la guerra, como si hubieran olvidado todo. Es para hacer ver que no tienen afán de revancha y que en el nuevo Kosovo la minoría serbia será respetada. Pero este espejismo se rompió con la ola de violencia de marzo de 2004: 19 muertos (once albaneses y ocho serbios), 700 casas y 36 iglesias serbias destruidas. No se ha olvidado nada.

Antes de llegar a Strpce, en un claro en la carretera, hay un lugar emblemático. Es un mausoleo con tumbas del UCK (Ejército de Liberación de Kosovo, la guerrilla kosovar). Hay muchos por el estilo, una reafirmación patriótica. Sus 20.000 miembros se integraron en la nueva Policía kosovar (KPS) y su jefe, Hashim Thaci, es el actual primer ministro. «Tiene las manos manchadas de sangre», dice Borisav. Hace un par de años volaron el monumento. Acusaron a los serbios. Luego hicieron uno más grande. Por eso los serbios dicen que fue cosa de los propios albaneses. Vigila el lugar la ONU, aunque parece una patrulla marciana: un soldado de Ghana y otro de India, y hay de 42 países más.

Un caso optimista

Hay señales optimistas. Mikel Córdoba, por ejemplo, lleva más de un año al frente de la oficina de la ONG española MPDL y pone el ejemplo de Denic, un serbio de un enclave de Vitina. Le ayudaron a construir un pozo y luego, a abrir una empresa de embotellado. También hace refrescos de naranja. «A él le interesa vender, también a los albaneses, y por eso ha empezado a relacionarse con ellos», apunta. La integración pasa por cosas así, la normalidad. Sin embargo, el punto de vista serbio carece de pragmatismo. «Nosotros aceptamos las reglas, ellos no», reprocha Ardian, cronista de Pristina.

Pero, ¿el futuro del Kosovo albanés es tan prometedor? En Pristina, la capital, sólo se habla de cuándo será la independencia, pero no del día siguiente. Los páramos de Kosovo siguen siendo el lugar más desolador de Europa, contaminados, llenos de escombros y de las malditas bandadas de mirlos. En Pristina, ciudad de barrizal y moquetas, hay restaurantes llenos por la colonia internacional. Un periodista local preguntó el miércoles en UNMIK qué pasará con los 2.000 albaneses que trabajan para ellos cuando se vayan. Ilir Dugolli, analista del instituto KIPRED, dice con esperanza que «los problemas se encararán con esfuerzo, será nuestra obligación más que nunca». «Hay manifestaciones por la independencia, pero no veo la hora de que haya una por problemas reales», dice Córdoba. La sanidad, la educación, la penosa situación de las minorías gitanas, son gravísimas. El paro es del 35%. Según la prensa, el Gobierno gastará 1 millón de euros en la fiesta de independencia. Luego sólo les quedará esta doliente tierra de Kosovo entre las manos.