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El fracaso del brillante gestor

Romney entró en política tras ganarse la admiración de Utah por salvar sus criticadas Olimpiadas

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La anécdota la contó el propio Mitt Romney a la revista Time para ilustrar lo frío que puede ser en momentos de crisis. Fue el verano de 1983, cuando metió a su mujer y sus cinco hijos en el coche y al perro en la baca para un viaje de 12 horas entre Boston y Ontario. Horas después su hijo mayor Tagg vio un chorreón marrón bajando por el cristal trasero del coche: «¿Papá, mira qué asco!». Romney paró en una gasolinera, pidió una manguera para limpiar al perro y al coche de una vez, y continuó tranquilamente su camino. La diarrea de pánico de Seamus, su setter irlandés, desató una oleada de críticas de las organizaciones defensoras de animales, pero Romney las desestimó alegando que a su perro le gusta el aire fresco. El gestor frío pronto se convirtió en el favorito del establisment del partido, pero no logró conectar con los votantes. Esa cualidad le funcionó bien para convertirse en un hombre de negocios al que no le tiembla el pulso. Nacido hace 59 años en el seno de una familia poderosa, hijo del gobernador más popular de Michigan y magnate de la industria automovilística, el pequeño Romney se graduó en Standford y luego en la Facultad de Negocios de Harvard. En Boston trabajó durante seis años en una prestigiosa consultoría antes de fundar su propia empresa de capital de riesgo, Bin Capital, que hoy es una de las más importantes del sector. La experiencia de adquirir grandes corporaciones en crisis para reflotarlas fue por la que le contrataron para salvar las Olimpiadas de Invierno de Utah, hundida tras escándalos financieros y de corrupción.

Para eso tuvo que dar la vuelta a sus credenciales conservadoras defendiendo el aborto, la sanidad universal y otros temas sociales por los que ha pagado caro en esta campaña, donde se le ha acusado de veleta y chaquetero. Por contra, ha logrado vencer la resitencia de los evangélicos que veían a los mormones como una secta. La aventura presidencial le ha costado al menos 24 millones de euros que ha puesto de su propio bolsillo, pero eso no le llevará a la bancarrota. Su fortuna se estima cercana a los 136 millones de euros, y retirándose a tiempo todavía puede cubrir al menos parte de las pérdidas. «No ha sido un decisión fácil», confesó. «Odio perder».