COMPAÑEROS DE COLEGIO. Un grupo de amigos de Mari Luz piden el regreso de la pequeña frente al domicilio de la familia Cortés Suárez.
ANDALUCÍA

«¡Que vuelva!»

Los onubenses viven angustiados por el rapto de Mari Luz, una niña de cinco años extrovertida y a la que le encanta cantar y pintar

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LOS niños ya no van solos a comprar al quiosco de Fernando. Lo hacen acompañados de sus familiares o en pandilla. El domingo 13 de enero, Mari Luz le pidió a Fernando un paquete de palomitas de patata. Le pagó con una moneda de cincuenta céntimos. Le sobraron veinte. Los invirtió en tres golosinas más. Eran las cuatro y media de la tarde. Fernando se convirtió entonces, sin saberlo y desde luego sin desearlo, en la última persona que ha visto hasta el momento a esta niña de cinco años, de pelo negro rizado y sonrisa eterna.

La sexta noche sin Mari Luz cae en el barrio onubense de El Torrejón como lo han hecho las anteriores. La falta de noticias se convierte en una insoportable sombra de incertidumbre que se cuela por todos los rincones. El desconsuelo, sin embargo, es patrimonio de la segunda planta del número 4 de la Plaza de la Rosa: la casa donde Mari Luz Cortes Suárez vivía felizmente junto a su papá Juan José, a su mamá Irene y a sus hermanos Daniel y Juan José. Es una niña afortunada. Escasean las familias estructuradas en una barriada donde la droga impide a muchos engancharse a la vida.

Mari Luz salió de este portal el 13 de enero luciendo una falda vaquera azul, jersey y leotardos de color fucsia. Necesitó unos 150 pasitos para llegar a su particular paraíso de dulces. Normalmente hace ese camino junto a alguno de sus hermanos o de su madre, aunque no era la primera vez que iba sola.

El Torrejón es un lugar muy seguro para los que residen allí. Todos se conocen. Es un barrio reflejo de otros tantos que existen en Andalucía y en España, como las Tres Mil Viviendas de Sevilla, Palma-Palmilla en Málaga o Almanjáyar en Granada. Hasta aquí nunca llegan turistas y los pocos visitantes que se adentran, lo hacen para ver a un familiar o por necesidad. No es el lugar más propicio para realizar un secuestro, salvo que se conozca el terreno que se pisa y las costumbres de los lugareños.

Llovía

El quiosco de Fernando está cerca de la parada del único autobús urbano que llega a esta parte de Huelva. En frente, la sede de la asociación de vecinos y del hogar del jubilado. En la esquina se ubican una carnicería, un modesto ultramarinos y un par de pequeños bares. El peor sitio para intentar pasar desapercibido. Pero el día 13 era domingo y, además, llovía. La calle vacía permitió al autor o autores de este cruel rapto actuar con cierta impunidad. Nadie vio nada y aquellos que oyeron algo no saben concretar de quiénes eran las voces. «Yo creo que tenían vigilada a la niña», comenta Esperanza, su tía que ha llegado desde Tenerife. Todos los hermanos de Juan José e Irene han dejado sus lugares de residencia para arroparles.

La noticia corrió el lunes como un reguero de pólvora por esta ciudad de poco más de cien mil habitantes: «Ha desaparecido una niña gitana». Lo fácil, ante una cuestión así, es recurrir al tópico del ajuste de cuentas para dar una primera versión apresurada. La posibilidad se desvanece cuando el portador de la mala nueva añade: «Es la hija de Juan José, el pastor evangelista, el que entrena a los infantiles del Huelva». Mari Luz tiene un padre al que quieren mucho en su ciudad. Cuida almas en su templo evangelista y gana un jornal entrenando a promesas del fútbol. Rico, en lo estrictamente material, no es, pero la familia vive con cierta holgura gracias a su otra fuente de ingresos, la venta en mercadillos ambulantes.

Ni duermen ni comen

Prueba de la calidad humana de Juan José y de su mujer Irene es que, en estos días de tortura, no les dejan solos ni un minuto. En la casa, en cuya fachada se ha colgado un gran cartel con la foto de Mari Luz y los números de teléfono a donde remitir cualquier noticia, siempre hay un retén de familiares o amigos.

Juan José e Irene apenas duermen y se alimentan a base de agua y caldos. La huella de la desesperación comienza a florecer en sus rostros. A Irene ya casi no le quedan lágrimas.

Acampados como beduinos, decenas de unidades móviles trasladan, casi al minuto, las imágenes de esta familia y de su barrio. Mari Luz se une a la adolescente irlandesa Amy Fitzpatrick en la triste nómina de desaparecidas en Andalucía durante este primer mes de 2008. Pero hay otra circunstancia que motiva que el caso de Mari Luz interese a periodistas de media Europa: El Torrejón está situado a poco más de media hora de donde se pierde la última pista de Madeleine McCann. Las autoridades policiales han descartado de entrada cualquier relación de ambos casos, pero la comparación está en el aire. Hasta que no se resuelva el caso de Mari Luz, la sicosis acompañará a las madres de Huelva.

«Hasta que regrese»

Juan José atiende con aplomo y estoicidad a los periodistas. Las puertas de su casa están abiertas para todos los medios. Nunca se ha visto en una situación semejante, pero tiene el pálpito de que la publicidad puede ayudar a Mari Luz. «Buscar a mi hija es lo único que me va a quedar en la vida», explica con un hilo de voz.

La madre de Juan José también se llama Mari Luz. La abuela les hace a todos los que llevan cámaras, micrófonos o libretas una advertencia: «No quiero que estéis aquí una semana y que luego os vayáis, os quiero aquí hasta que aparezca mi nieta, que es la única que tengo -el resto son varones-».

Huelva se ha volcado con la familia de Mari Luz. Miles de carteles, algunos escritos a mano, intentan mantener viva la llama. Están en todas las esquinas, en cualquier coche, en los comercios. El miércoles se celebró la primera manifestación con un lema claro: «Ayúdanos a encontrarla». Ese mismo día, los jugadores del Recreativo de Huelva salieron al campo del Villarreal para jugar una eliminatoria de la Copa del Rey con una camiseta donde se podía leer: «Te esperamos Mari Luz».

Sus compañeros del colegio Diocesano lo gritan sin cesar: «¿Que vuelva!». Su padre sueña despierto. «Esto tiene que ser una pesadilla», susurra. Inteligente y cariñosa, Mari Luz tiene, pese a sus cinco añitos recién cumplidos, una personalidad fuerte.

Es tímida a la vez que extrovertida y, de vez en cuando, muy testaruda. Antes de nacer ya apuntaba maneras. «Mi mujer -explica Juan José- y yo no esperábamos tener más hijos, después de Daniel y Juan José, incluso ella tomaba anticonceptivos, pero de pronto se quedó embarazada y llegó Mari Luz, nuestra niña es un regalo de Dios».

A Mari Luz le espera una habitación repleta de juguetes -sobre todo un cerdito de peluche, el último que le trajeron Los Reyes Magos-. Seguro que querrá ver su película favorita, Cenicienta, para desesperación de sus hermanos que ya se la saben de memoria de tanto verla junto a la pequeña.

Buena estudiante

Luego hará las tareas del colegio. Le encantan las fichas de pintura. Ya escribe su nombre y le hacen mucha gracia los números. Guarda todas sus libretas como un tesoro. Y también está la música. «Mi hija casi aprende antes a bailar que a cantar», comenta su padre quien esboza algo parecido a una sonrisa cuando recuerda la pasión de su hija por María Isabel y María Figueroa, dos niñas artistas a las que imita casi a la perfección.

Y cuando se aburra bajará a la plaza a jugar con su hermano Daniel que, pese a tener diez años, se ha convertido en su protector. Son inseparables. Lo mismo se ríen juntos viendo lucha libre americana en la televisión, que se bajan a darle patadas a un balón. ¿Quién querría hacerle daño a una niña de cinco años?