Editorial

Alianza a concretar

El I Foro de la Alianza de Civilizaciones, que se celebra en Madrid, permite evaluar el alcance de la iniciativa auspiciada por el presidente Rodríguez Zapatero, con las posibilidades que apunta y con las carencias o ambigüedades que evidencia. Como ayer mismo recordó el secretario general Ban Ki Moon, la idea surgió en respuesta a la emergencia del extremismo y de la intolerancia entre culturas. El mundo global suscita un flujo mayor e incesante de informaciones y el acceso libre al conocimiento de otras tradiciones y creencias. Pero también contribuye a generar prejuicios y miedos que se extienden con la misma facilidad. La mutua comprensión entre culturas representa un activo imprescindible para la cooperación y la seguridad en el mundo. Sin embargo, su realización no puede soslayar el carácter universal de los derechos humanos y la defensa incondicional del respeto que merecen en cualquier latitud y coyuntura.

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Por otra parte, la definición de un marco general de acercamiento y comunicación entre culturas, que desde el propio informe del Grupo de Alto Nivel elaborado en noviembre de 2006 sitúa las prioridades en el ámbito de la sociedad civil, corre el riesgo de eludir la responsabilidad que atañe a los gobiernos y a las organizaciones internacionales instituidas a la hora de establecer compromisos tangibles. En este sentido, la iniciativa de la Alianza de Civilizaciones, aun guiada por una intencionalidad positiva, está suponiendo para el Gobierno español un esfuerzo que no se ve compensado ni por la solvencia de los logros ni por el peso relativo que está adquiriendo en las propias Naciones Unidas.

Además, la formulación a modo de plan general de las 57 medidas enunciadas por el Gobierno español puede inducir una excesiva instrumentalización de iniciativas que tendrían su propia razón de ser en ámbitos como el académico, en el cooperativo o en el de la política de inmigración. En cualquier caso, si alguna condición es imprescindible para que España ocupe una posición de liderazgo en el diálogo entre culturas y gobiernos de distintas tradiciones, para lo que su lugar en el mapa y en la historia resultan tan propicias, es que esta participación no continúe siendo motivo de desencuentro en la política nacional.