Cultura

Delante y detrás del cristal

El último disco de Joe Henry le confirma como uno de los cantautores norteamericanos más singulares

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Sigilosamente, Joe Henry ha ido labrándose una carrera ascendente que, sin necesidad de ser refrendada por la popularidad masiva, ha logrado alcanzar un codiciado prestigio en el horizonte de la música pop. Tal reconocimiento es el fruto de un incansable trabajo de aclimatación a la industria que fue iniciado hace más dos décadas desde la base y ha estado regido por unos principios perdurables sobre los que Henry se ha ido marcando unos objetivos cada vez más desafiantes pero sin dejar a un lado la coherencia y cultivando su huella distintiva. Así, conservando un mínimo grado de modestia, Joe Henry ha ido configurándose a sí mismo hasta llegar a ser lo que es hoy: uno de los productores más disputados y un cantautor de singular registro que está en la cima de su carrera.

Pero vayamos por partes. En el terreno de la producción, Henry ha intervenido, por ejemplo, en grabaciones de Teddy Thompson, Ani DiFranco, Mary Gauthier y Elvis Costello, para el que produjo su disco junto a Allen Toussaint. Aunque quizá sus dos hitos más gratificantes tienen que ver con la rehabilitación definitiva de dos grandes y semiolvidadas estrellas del soul: Bettye LaVette, para la que produjo el excelente I've Got My Own Hell to Raise (2005), y Solomon Burke, con quien trabajó en el definitivo Don't Give Up on Me (2002), lo que le valió un grammy.

En su faceta artística personal, Joe Henry inicia sus pasos tanteando géneros entre un amplio espectro que va del folk acústico al rock'n'roll sin resultados brillantes hasta que su encuentro con algunos componentes de Jayhawks, con quienes completa Short Man's Room (1992) y Kindness of the World (1993), dos álbumes claramente inclinados hacia el country-folk, les proporciona sus dos primeras obras notables. Sin embargo, esa no parecía ser la meta de un inquieto Henry que se embaucaría en un periodo de transición creativa hacia terrenos menos comunes en los que cabía desde el jazz, el blues y el son cubano a la coloración electrónica, bajo un decorado y una atmósfera uniformes. Atendiendo a esas versátiles coordenadas, sus tres últimos discos, Scar (2001), Tiny Voices (2003) y el reciente Civilians (2007), rematan la faena con admirables resultados.

Civilians (Anti-Pias) es ya su décimo disco, y en él se redondea esa convivencia de propuestas genéricas abiertas en donde la introspección es tratada con estremecimiento, pero bajo un manto colectivo de cordialidad que neutraliza cualquier turbidez emocional excesivamente sombría. Con las ilustres aportaciones de Van Dyke Parks, Bill Frisell, Greg Leisz y Loudon Wainwright III (con quien ya había trabajado en la banda sonora de Lío embarazoso), entre otros, Joe Henry casa el espíritu menos rasposo de Tom Waits con una producción espaciosa a lo Daniel Lanois para consumar un afinado trabajo de pop adulto alejado de insípidos convencionalismos.